Educación

Más de 30 años de compromiso con la educación especial

Pionera en la integración pero entregada al Centro Específico Santa Rosa de Lima, la docente y psicóloga Araceli Martos reflexiona sobre la educación especial como balance al terminar su vida profesional

Araceli Martos, en el CEEE Santa Rosa de Lima.

Araceli Martos, en el CEEE Santa Rosa de Lima. / L. O.

Mucho antes de que la ley Celaá abogase por la integración de los alumnos con necesidades educativas especiales, Araceli Martos realizaba una de las primeras experiencias de integración en el colegio Neill de la barriada malagueña de Santa Cristina. A finales de los 80 se enfrentó a la dura tarea de concienciar a la comunidad educativa de que podía ser positivo sacar a estos menores de las aulas específicas y pasarlos a clases ordinarias. Hoy reconoce que fueron tres años complicados al inicio de una carrera profesional que concluye ahora en el Centro Específico de Educación Especial Santa Rosa de Lima.

En este colegio, el único público de Málaga de estas características, ha estado más de 30 años como docente y jefa de Estudios. Antes de jubilarse el 1 de septiembre, reflexiona sobre su carrera y sobre lo mucho que aún queda por hacer en el mundo de las necesidades educativas especiales.

Araceli Martos apuesta por no regodearse en lo negativo y destaca los avances en el camino de la integración, la mayor formación del profesorado o el reconocimiento social de este tipo de alumnado. De hecho, recuerda que, cuando ella empezó, en el Santa Rosa de Lima había pocos niños gravemente afectados porque en aquellos tiempos casi se les ‘ocultaba’ en casa. «Ahora se ha normalizado todo bastante más. Estas personas son más miembros de la sociedad», afirma.

En su balance respecto al Santa Rosa de Lima en concreto, cree que han cumplido muchos objetivos como visibilizar el trabajo del centro y destacarlo a través de la participación en numerosos concursos que les han valido premios como el de Excelencia Educativa en 2010.

Esta docente y psicóloga cree en la importancia de que el mundo de las necesidades educativas especiales se conozca más. «Que se sepa que esto no es un gueto, es un sitio donde se trabaja muy seriamente, donde se hacen unos esfuerzos increíbles por conseguir el mayor desarrollo psíquico, físico y emocional de nuestros alumnos y se intenta atender a sus familias de la mejor manera posible», explica.

Para esta labor, llevan años trabajando con el programa MUS-E de la Fundación Internacional Yehudi Menuhin, que utiliza a artistas y una metodología que permite que los alumnos desarrollen capacidades imposibles de otra forma y, además, divirtiéndose.

El mayor cuidado del entorno del alumno ha sido otra de sus preocupaciones constantes y por eso el Aula de Familias es uno de los proyectos de los que se siente más orgullosa. Un espacio en el que los padres, madres, hermanos o abuelos pueden formarse, informarse y, sobre todo, desahogarse entre iguales.

Porque en este colegio hay historias muy duras, problemas serios a diario y las preocupaciones no cesan. Los alumnos, de hasta 21 años, sufren graves plurideficiencias por parálisis cerebral o trastornos del espectro autista y problemas muy graves de conducta. Forman parte de esa realidad que esta maestra define como «inintegrable». Por eso, cuando se le pregunta por el cuestionado futuro de los centros específicos responde que no se sabe qué pasará con ellos pero que la realidad es que en el Santa Rosa de Lima cada vez hay más matrículas.

Vocación y formación

El trabajo en la educación especial no es fácil, aunque Araceli tuvo claro siempre que era lo suyo. Se especializó en Ciencias Sociales porque en ese momento no existía Educación Especial, pero al estudiar Psicología confirmó que su camino profesional tenía que ir por ahí. Y no se ha arrepentido.

Ha tenido que actualizarse para adaptarse a la «evolución socioeducativa» del siglo XXI. Reconoce que ha sufrido mucho y que su trabajo requiere muchas horas de dedicación, pero hace un balance muy positivo. Tanto que se jubilará con 63 años aunque podía haberlo hecho antes. Su «lealtad» a sus compañeros en el equipo directivo, la directora Pilar Urbano y el secretario Rafael Palomeque, ha hecho que siga hasta completar el curso. Ellos son su otra familia y no escatima en elogios. «Me he rodeado de los mejores y he podido aprovechar lo mejor de ellos», dice. Y añade que también la administración la ha tratado siempre bien.

Araceli Martos tenía la vocación y la formación pero para trabajar en un centro específico de Educación Especial hacen falta otras cosas como «respetar el trabajo y a los niños» o tener empatía. «La empatía es absolutamente necesaria pero con sentido común», puntualiza y subraya que también hay que saber distanciarse para soportar situaciones tan duras como la muerte de los alumnos, mucho más común en estos centros que en cualquier otro. «Cuando se te muere un niño aquí en el colegio... yo tengo en mente desde el primero hasta el último», recuerda emocionada.

Es un trabajo que puede pasar factura como le ocurrió a ella en un determinado momento en el que necesitó alejarse de la educación especial y pasó un curso en un centro ordinario.

Esta maestra de origen granadino asegura haber aprendido «muchísimo» de todos en estos años, destacando especialmente a los alumnos. «Te enseñan a valorar lo cotidiano, a ser agradecidos. A veces, como no pueden de otra manera, pues con la mirada, con la sonrisa. Te enseñan a superar las dificultades que la vida te va presentando», afirma.

Con las familias dice haber vivido «cosas tremendas» pero se queda con lo que ha aprendido. «He aprendido a ser feliz. Soy una persona feliz porque he trabajado aquí, porque las personas de las que me he rodeado me han enseñado en qué consiste la felicidad, dónde la tengo que buscar. Porque no es donde nos pensamos todos», expresa con emoción.

Ahora, Araceli Martos iniciará otra etapa haciendo el Camino de Santiago junto a su marido para simbolizar el nuevo capítulo de su vida, aunque seguirá vinculada al Santa Rosa de Lima donde, más que trabajar estos 35 años, asegura que ha vivido.