Memorias de Málaga

Estampas que se fueron de Málaga

En nuestra ciudad están desapareciendo los jilgueros y los gorriones, ya no hay chanquetes pero sí medusas y ni rastro de guateques, mientras que los vehículos de tracción animal se han convertido en antiguallas

Calle Larios en 2001, desde la antigua Equitativa, con el recordado Banco Zaragozano a la derecha.

Calle Larios en 2001, desde la antigua Equitativa, con el recordado Banco Zaragozano a la derecha. / C. Criado

Guillermo Jiménez Smerdou

Guillermo Jiménez Smerdou

El panorama de la ciudad va cambiando sin darnos cuenta. Desaparecen, para nunca más volver, imágenes que han marcado la vida de generaciones. Hay una serie de estampas que están grabadas en nuestras mentes que de vez en cuando regresan. Por ejemplo, echo de menos a los jilgueros, que con sus trinos revelaban su presencia en las ramas de los árboles de la Alameda, del Parque, de los jardines del Limonar y Miramar. Han sido desalojados (o se los han comido) por las cotorras argentinas que se han adueñado y multiplican su presencia en los cientos de palmeras traídas de Egipto. Tampoco manifiestan su presencia los gorriones, a los que ni se les ve ni se les oye. Quizá las insaciables palomas (y palomos) están acabando con los simpáticos pajaritos de toda la vida.

También se echan de menos los chanquetes, porque su pesca está prohibida…, pero que se siguen capturando de forma clandestina. Para sustituirlos tenemos en compensación medusas de todas las variedades, picando sin discriminación las piernas de los bañistas.

Han desaparecido del tráfico urbano los vehículos de tracción animal; ya no hay caballos (excepto los coches de caballos para los turistas), burros, mulos… Hoy está todo motorizado, aunque hay bestias por ahí que son cazados por los radares por sobrepasar los 200 kilómetros por hora en zonas de 40.

Ya no se ve gente paseando por las calles y plazas; y si se les ve van corriendo para no llegar tarde a un concierto o partido de fútbol o se desplazan a todo trapo en patinetes sin respetar las señales de tráfico.

Ha desaparecido la estampa de los laceros capturando perros vagabundos, porque ya no se ven por las calles; tendrán que reciclarse para cazar jabalíes, que en busca del sustento diario andan a sus anchas por carreteras, pueblos y ciudades. En Málaga, en distintas urbanizaciones y barrios, los jabatos dirigidos por sus madres buscan comida y bebida sin el menor reparo.

Ya no se ven orondos caballeros cerrando una opípara comida de entremeses, sopa, pescado y carne, con los ritos de café, copa y puro. El café todavía permanece; pero la copa se ha sustituido por un chupito de mora o hierbas, y del puro se ha eliminado hasta su goce en los toros y el fútbol. Los hombres ya no expelen el humo de los cigarrillos; las mujeres, en su afán de superar al macho, exhalan más humo que las antiguas fábricas y fundiciones.

Ya nadie se acuerda de los guateques que se celebraban los domingos en casas particulares con el visto bueno de las amas de casa con hijas «en edad de merecer» (sobre los 20 y 22), y que organizaban para que los chicos de buena familia las conocieran. Buenas meriendas sin bebida alcohólica.

En sustitución de los entrañables guateques amenizados con boleros de Antonio Machín, Bonet de San Pedro, Jorge Sepúlveda…, ídolos de la época, con la ayuda de un pickup o un tocadiscos, los jóvenes de la época bailaban bien separados ante la atenta mirada de la señora de la casa; ahora, lo de «edad de merecer» es una antigualla y a edades más tempranas se reúnen en un lugar más o menos céntrico para beber de todo lo que tenga alcohol y quizá ni bailen. Lo ‘divertido’ es beber hasta perder el control de sí mismos.

Criador de aves en Mangas Verdes, en 2006.

Criador de aves en Mangas Verdes, en 2006. / L.O.

Calle Larios y el Zaragozano

Los malagueños ya no pasean por la calle Larios a la caída de la tarde; ahora, por la mañana, a mediodía o por la tarde son los turistas llegados por tierra, mar y aire los paseantes que dan vida a la popular calle con comercios extranjeros que están en todas la calles y plazas de Londres, París, Berlín

Los jóvenes que antes se daban cita en ‘el Zaragozano’ un banco ubicado en la Acera de la Marina a la vera de la calle Larios, ya no acuden al lugar de encuentro porque ya han cumplido sesenta años y muchos son ya abuelos.

Las tiendas de los indios (hindúes) y las de ‘Todo a cien’ o ‘Veinte duros’ fueron absorbidas por los chinos, y la Conchinchina, que era para los españoles de la época el lugar más lejano del mundo, ya no la conoce casi nadie. Lo decíamos mal, porque sobra una ene en el enunciado. Es Cochinchina y está en Vietnam y no es el lugar más lejano del mundo, porque en menos de 15 horas se puede llegar en avión.

Tampoco se ven vendedores callejeros, ni los marengos con sus cenachos repletos de sardinas y boquerones pescados horas antes en las playas de El Palo, La Malagueta, San Andrés y La Misericordia, ni los estraperlistas en las calles cercanas al puerto vendiendo queso de bola holandés, whisky, Nescafé… llegados en barcos o en los autobuses Portillo que enlazaban Málaga con La Línea y Algeciras

Algunos malagueños recordarán al vendedor de aceite para las máquinas de coser. Voceaba «¡Aceite para las máquinas de coser!». Entonces, en todas las casas de la ciudad había máquinas de coser Singer o Alfa y a la puerta de las mercerías jóvenes y menos jóvenes se dejaban la vista cogiendo el punto de las medias de seda. Las mujeres usaban medias en todas las estaciones del año, e incluso en el Pasaje de Marmolejo existía un establecimiento que solo vendía medias.

Afilador en la plaza del Obispo en 2005.

Afilador en la plaza del Obispo en 2005. / L.O.

También desaparecieron los afiladores de cuchillos y tijeras. Y en distintos puntos estratégicos de la ciudad, al llegar el verano, al aire libre, se montaban tenderetes para la venta de sandías y melones.

Una estampa que desapareció para siempre fue la de los cabreros con sus rebaños, ordeñando en plena calle a los animales. Era habitual contemplar cómo amas de casa se acercaban al cabrero con un cacillo para adquirir la cantidad de leche que precisaba. Las fiebres malta estaban muy extendidas tanto en la capital como en la provincia. Hoy la leche no se vende a granel y los riesgos de las temidas fiebres han desaparecido.

Los periódicos del día, una vez leídos, no se arrojaban al cubo de la basura; se amontonaban y se vendían a los traperos. En los puestos de los mercados, especialmente en los de la nave de pescados, los vendedores despachaban la mercancía (jureles, sardinas, bacalaíllas…) en papel de periódicos.

Y para terminar: de los comercios del centro de Málaga desapareció el cartel de Precio Fijo. De determinados establecimientos el de Reservado el Derecho de Admisión, y de las tabernas, Prohibido cantar bien o mal.