Nos lo tienen que explicar porque parece más un caso para Agatha Christie o para la la pareja de la Guardia Civil de Lorenzo Silva que para la vicepresidenta Salgado o para el gobernador del Banco de España. Las cajas de ahorro han formado parte del paisaje financiero español desde siempre y casi todos los ciudadanos hemos pasado por ellas para abrir una cuenta, para pedir una hipoteca o un préstamo. Y casi siempre han sido una oportunidad y no un problema.

Los nombres de La Caixa, Caja Madrid, Caja España, Caixanova, Caja Duero, Caixa Galicia, Unicaja y tantas otras son parte de la historia personal de millones de españoles. Su obra social ha permitido rescatar o defender el patrimonio y la cultura de esas regiones y atender actividades sociales de primer orden. Durante años su cuota de mercado crecía y se acercaba a la de los bancos.

Y de pronto, las cajas son un cáncer para el sistema financiero español, anunciado desde el Gobierno y el propio Banco de España, se las penaliza al exigirlas que busquen capital básico urgentemente –por encima del que se exige a los bancos– y si no lo consiguen se dice que serán nacionalizadas en septiembre. Hasta se pide su disolución. ¿Nos hemos vueltos locos todos de repente? ¿Pueden sobrevivir las cajas? A primera vista, a ningún empresario en dificultades se le ocurre ir pregonando su bancarrota si lo que quiere es tratar de reflotar o vender su negocio lo mejor posible. Sin engañar a nadie, pero sin hundirlo, sobre todo si tiene posibilidades de supervivencia. Lo raro es que los impositores –sólo en teoría, dueños de las cajas– no hayan hecho cola para llevarse el dinero de la mayoría de las cajas ante este cúmulo de informaciones descerebradas. ¿Qué inversor nacional o extranjero va a meter dinero en las cajas si sabe que si no lo hace, el Gobierno nacionalizará, saneará y luego venderá, por debajo del precio de mercado?

Lo que habría que investigar es quién decidió matar a las cajas de ahorro. Hay varios candidatos: los gobiernos autonómicos, los partidos y los sindicatos que se han repartido el poder de las cajas y lo han utilizado para sus fines sin criterios de gestión financiera. O los políticos que han sido «reconvertidos» de un día para otro en gestores de las cajas y que no sólo han hecho mal su tarea sino que se han otorgado bonus millonarios por esa mala gestión y pretenden cobrarlos cuando su caja ha tenido que recibir dinero público y está al borde de la quiebra. O los vigilantes del sector que han estado mirando hacia otro sitio. O el Gobierno que hace poco decía que España tenía el sector financiero más solvente de Europa y ahora amenaza con la nacionalización. O los estrategas que han diseñado la operación de acoso y derribo de las cajas. ¿Diez negritos? Muchos más. Entre todos las mataron, aunque algunas se resisten.