Una fibra singular del curioso político conocido por Zapatero es la de puritano y reeducador social, en la línea de mejora antropológica propia de la vieja izquierda. Aunque pueda asociarse a una compulsión por la limpieza y la pulcritud, quizás tenga un fondo mágico.

De ahí vendrían tanto su empeño en expulsar el tabaco de nuestra vida, saneando pulmones de adictos y no adictos, como el de acabar con la adicción a la sangre aleatoria mediante prácticas de riesgo en la calzada, vicio que combina la pasión por el juego y por la muerte y se practica con pequeñas apuestas de aspecto inocente, como pisar más a ver qué pasa. Muchas cosas nocivas formalizadas como costumbres tienen un sentido trascendente y sagrado (meter humo de yerbas en el cuerpo, jugar a la ruleta rusa en la carretera), y el moralista puritano, al reprimirlas, intenta conjurar su magia y a la vez reforzarse como brujo supremo.