El ciclo de muerte y resurrección es consustancial a la vida: para seguir vivos tenemos que morirnos y resucitarnos. Tal vez la crisis haga morir un modelo de política, y nacer otro. Si la soberanía de los países está muerta y enterrada, ¿qué decir de las regiones, y sus ínfulas de gran potencia? En el plano regional la buena administración de las cosas, la gestión eficaz, la entrega al ciudadano, deben sustituir al cabildeo político y a esas tormentas inútiles que todo lo paralizan. Los programas mínimos para afrontar la crisis económica, consensuados y asentados en amplias mayorías, deben ser la respuesta coherente a la falta de márgenes. Si caminamos por un estrecho tunel, ¿vamos encima a pelearnos en él? Logrado un amplio consenso sobre qué hacer en lo esencial, la cuestión de quién lo hace resultaría menos dramática: quién tenga la mayoría, y, si nadie la tiene, la alternancia.