Los europeos jamás comprenderán -o comprenderemos, según ande el rescate- a los estadounidenses. Les parece bizarra la manía de ir armados a todas partes, aunque no siempre con la respetable intención de tirotear a sus compatriotas. Al Viejo Continente le cuesta aceptar que el rifle no sólo debe disuadir al asaltante privado de la propiedad ajena, sino sobre todo al agente del Estado entrometido.

Ninguna figura de Hollywood sintetiza la esquizofrénica relación de los norteamericanos y la violencia con tanta fidelidad como Clint Eastwood. Su última película significativa es Invictus, donde Morgan Freeman se confunde con Mandela hasta sintetizar al abuelo africano que Obama nunca conoció. Sin embargo, el director de la hagiografía del líder sudafricano participa activamente en la demolición del actual presidente. Quiere sustituirlo por la figurita del novio que corona el pastel de bodas, también llamado Mitt Romney y que en España se erige en calco mandibular de Artur Mas.

Los europeos jamás comprenderán que los estadounidenses identifiquen al más rico con el más inteligente. La carrera empresarial de Romney se cimentó despidiendo trabajadores y pagando menos de un uno por ciento en impuestos. Los norteamericanos armados celebran que un compatriota burle al fisco abusivo, pero a Clint Eastwood debe molestarle que Obama le haya postergado para tomar como arquetipo a George Clooney.

Los europeos jamás comprenderán a Eastwood. Lo despreciaron cuando rodaba spaghetti westerns monosilábicos en el desierto almeriense, joyas hoy homenajeadas en la jocunda El irlandés. A continuación, el Viejo Continente odió al actor cuando preludió el reaganismo en Harry el Sucio. Para entonces había ampliado su discurso a un elaborado «make my day», ese «alégrame el día» que el detective Harry Callahan sugería provocador para tener una oportunidad de disparar al perverso de turno. Es la misma política de exterminio de presuntos miembros de Al Qaeda con aviones no tripulados que ha desarrollado Obama. Reagan copió el «make my day», dirigida al Congreso que quería más impuestos.

Finalmente, Europa consagró a Eastwood como cineasta o auteur. Hoy se avergüenza al verlo transformado, durante la convención republicana, en el jubilado racista de su último papel actoral, Grand Torino. Añora un mundo sin mujeres, sin niños, sin negros, sin inmigrantes asiáticos. Los más piadosos llamarían a eso simplemente senilidad. Su discurso acabó con la frase «make my day».