Los informes meteorológicos sobre Sandy hablan de una «tormenta nunca vista» y de «un fenómeno atmosférico sin precedentes» -un meteorólogo ingenioso la ha llamado Frankenstorm- porque se han juntado tres circunstancias que no son habituales a estas alturas del año. Se me ocurre que este huracán Sandy se parece mucho a la crisis económica que padecemos, y no sólo por la angustia y la destrucción que está creando, sino porque esta crisis económica sí que es un acontecimiento que no tiene precedentes y que nunca antes se había visto, al menos en la Europa del euro. Si lo pensamos bien, ahora también se han juntado tres fenómenos que nunca se habían producido al mismo tiempo: la crisis financiera internacional, el fin de nuestro modelo productivo a causa de la globalización, y por último la pertenencia al euro, que ha alterado todos los esquemas económicos. Y a todo esto hay que añadir la terrible crisis institucional que vivimos en España, aparte de la espantosa falta de liderazgo, una circunstancia que viene a actuar como esa caprichosa luna llena que altera todas las mareas.

Y lo que también es inaudito es la forma en que nuestra clase política se está enfrentando a esta crisis. Imaginemos que nos hubiesen dicho que Frankenstorm no era una tormenta peligrosa, sino una turbulencia pasajera que no tendrá consecuencias si nos ponemos a dieta y empezamos a vivir con una tercera parte del dinero que teníamos. Imaginemos que en vez de declarar el estado de emergencia y de tomar las mínimas medidas de protección civil, los políticos se pusieran a acusarse mutuamente de haber ocasionado la tormenta, no sabemos si usando tecnología nuclear o una calabaza llena de semillas, al modo de los chamanes indios que rezaban para traer la lluvia. E imaginemos que nadie preparase un plan de evacuación o una red de refugios para los damnificados. Pues bien, esto es lo que está ocurriendo entre nosotros. Y ésta sí que es -insisto- la tormenta perfecta.