No es la primera vez que ocurre. En otra ocasión, un prelado importante de la Iglesia recibió, ante su propio asombro, el premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales. Los galardonados han sido, desde el primero, Román Perpiñá Grau, tradicionalmente sociólogos, politólogos, juristas, economistas e historiadores. En esta ocasión, una filósofa, Martha C. Nussbaum, fue la que recibió ese premio. Por ello fue lógico que comenzase su discurso en Oviedo así: «Me siento conmovida y humildemente honrada por esta distinción, que fue toda una sorpresa para mí... Lo sorprendente es que estoy recibiendo el premio de Ciencias Sociales y, sin embargo, yo provengo de las Humanidades, soy una filósofa...».

Era lógica la sorpresa, no sólo de Martha C. Nussbaum, sino de cualquiera, porque el texto de su intervención, y era normal que así sucediese, para mostrar que no se incurría en error al premiarla en ese grupo de las Ciencias Sociales, la hizo refugiarse, casi con las mismas palabras, en las páginas 485-488 de la edición española (Paidós, 1998) de su importante obra filosófica Paisajes del pensamiento. La inteligencia de las emociones. Exactamente dijo, como si buscase un argumento convincente para recibir el premio: «Lo que he hecho a lo largo de los años es desarrollar (en colaboración con economistas) lo que se conoce como el enfoque del desarrollo humano o el enfoque de las capacidades. Se trata de un enfoque que sostiene que el crecimiento económico medido por el PIB per cápita no es suficiente para evaluar la calidad de vida nacional, ya que realmente no capta qué es lo que la gente está luchando por conseguir».

En su obra citada, Paisajes del pensamiento, escribía: «Anteriormente, cuando las agencias de desarrollo medían el bienestar de una nación de acuerdo con los criterios de los economistas del desarrollo, la estrategia más común, con diferencia, consistía meramente en registrar el PNB per cápita. Esta aproximación tan poco sutil no nos dice gran cosa acerca de cómo les va a las personas; ni siquiera describe la distribución de la riqueza y los ingresos y mucho menos investiga sobre la calidad de vida en asuntos no siempre relacionados con la riqueza y los ingresos, tales como la mortalidad infantil, el acceso a los cuidados sanitarios, la esperanza de vida, la calidad de la educación pública, la presencia o la ausencia de libertades políticas o el estado de las relaciones de raza o género».

El economista en el que se apoya es Amartya Sen. Pero a Sen no se le ocurrió imaginar que los economistas, sus colegas, pasasen a ignorar todo eso para, por ejemplo, conocer la pobreza o la opulencia de los pueblos. Como si de una respuesta se tratase, aunque no había seguido las afirmaciones de Martha C. Nussbaum, el 30 de octubre de 2012, o sea, cuatro días después de lo que se había dicho en Oviedo, el catedrático y excelente economista Alfonso Novales desarrolló en la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, con el epígrafe Pobreza: evolución, distribución geográfica y efectos de la crisis, una síntesis admirable de lo que los economistas dicen, incluido, naturalmente, Sen, de todas esas cuestiones que, según se decía, ignoraban.

Por el contrario, en ingente multitud, grandes y chicos habían estudiado esas cuestiones y las habían expuesto. El índice de Gini es de uso corriente. A un Schumpeter ¿se le iban a escapar muchas de esas cuestiones? ¿O a un Pigou? ¿O a George J. Stigler en el ensayo El economista como predicador? ¿O el delicioso ensayo de Jan Tinbergen The design of development? No digamos a un Keynes. ¡Ese capítulo 20 «La función de empleo» de la Teoría General! Y acabo de citar a un economista español, que no está solo. Sería muy fácil ampliar estas citas, incluyendo además a instituciones, y siempre con preguntas interesantes, como esa de Robert L. Heilbroner, en el apartado «Temas para trabajar», donde plantea esto: «Los bosques de antenas de televisión que se observan por todo el país atestiguan el hecho de que la pobreza en los Estados Unidos es un problema de minorías. ¿Por qué entonces existe tanta preocupación acerca de la misma?», en Vida y doctrina de los grandes economistas (Águila, 1982), con su correspondiente contestación. Y desde luego incluyamos al propio Amartya Sen, que tiene muchas de esas cosas en cuenta y no es contemplado por sus colegas como un extravagante, sino como un buen economista. Y nada digamos de los vecinos, desde la sociología, como es el caso de un Max Weber sin ir más lejos, al que Martha C. Nussbaum ni cita una sola vez en sus Paisajes de pensamiento.

Los economistas, para esta filosofía, se reducen a una lectura de las obras derivadas de Amartya Sen, Choice, welfare and measurement (MIT Press, 1982), de los dos volúmenes de Drèze y Sen, Hunger and public action (Clarendon Press, 1989) y a una alusión a Coase sobre Adam Smith, pero, por supuesto, no al Smith de La riqueza de las naciones, sino al de la Teoría de los sentimientos morales. Se prescinde de un mayor trabajo en torno a Coase, quien en una reunión famosa en casa de Aaron Director triunfó de la manera que fue bautizada por Stigler con el nombre de teorema de Coase: la crónica de Stigler de lo sucedido es espléndida. Al abandonar Nussbaum todo eso, como nos dejó claro, por ejemplo, el profesor Novales con su aportación que casi era pura réplica, todo queda en esa simple alusión al PIB y al PNB que hizo en su libro y en Oviedo.

¿Que Martha C. Nussbaum no vale mucho? Sería sostenerlo una estupidez. Ahí está el libro citado. ¿Que Marta C. Nussbaum vive al margen de las ciencias sociales? Eso, y desde luego en conexión con la economía, es evidente. Pero ella no es culpable de que el jurado del premio de Ciencias Sociales no tuviese nada de eso en cuenta.

Juan Velarde Fuentes es Premio Príncipe de Ciencias Sociales]