Dentro de poco tiempo, cualquiera vivirá por encima de sus posibilidades. Afloran en las noticias miembros del grupo fantasmal de «los que vivían por encima de sus posibilidades» y (tan católicamente) «eran un poco culpables, como todos, de esta crisis» y algunos están, con más de 50 años, de vuelta a casa de sus padres, viviendo a ras de posibles. Antes, no habían aceptado que no podían emparejarse o desparejarse, tener hijos u ocupar una vivienda que no fuera el cuarto adolescente. Ahora, aún ajustados a sus posibilidades, el clero regular liberal les reprocha -porque va contra la religión- que vivan de la pensión del abuelo.

Como cada día bajan las posibilidades es fácil acabar viviendo por encima de ellas. Será grave cuando pagar los medicamentos sea un problema para el enfermo. Hasta ahora, los medicamentos no eran problema ni solución, sino parte de la alegría del sistema: el Estado mantenía contentas a las industrias farmacéuticas y empastillada a la población con abundancia de fármacos y con el efecto placebo de su precio accesible.

De la crisis hemos sacado en positivo la desaparición del fraude cometido en millones de recetas y el pago general de medicamentos baratos y comunes. Pero hay que ir más allá, hacia la disuasión a la industria y no a ese impuesto de un euro por receta que propone la comunidad de Madrid para que las casas no contengan un botiquín que acaba pareciendo una sucursal de la farmacia. Ese euro -«disuasorio y no recaudatorio»- pasa al enfermo un pago que la comunidad podría quitar a la industria farmacéutica si, de una vez por todas y después de tantos anuncios incumplidos, se ajustaran los envases de medicamentos a los tratamientos. Hace mucho que las farmacéuticas imponen medicamentos cada vez más caros (que desplazan a otros igual de eficaces) y que venden en holgados envases, es decir que producen por encima de nuestras enfermedades.