Tan importante como mandar es dejar de mandar. Y, además, hacerlo de una vez por todas. En los últimos días, mientras miles de españoles erraban junto a su infierno de un hogar a otro, el presidente del Gobierno se reunía con el líder de la oposición para tratar de buscar una solución al problema de los desahucios. Una emergencia social que como siempre, y pese a la cantidad de cargos, semicargos y asesores, se aborda preferentemente a destiempo, justo cuando ya han muerto tres personas y el resto de afectados maldice su suerte puta al borde de la marginalidad. Frente a esta muestra de inanidad política, con consecuencias mucho más que morales, a Rubalcaba, contrito hasta la barba, no se le ocurre otra cosa que pedir perdón. Con esto, a veces, no se sabe qué resulta más molesto, si ignorar olímpicamente cualquier tipo de responsabilidad o asumirla como algunos asumen la caza de proboscidios en Botsuana.

La cuestión es que el señor Rubalcaba, y por supuesto, también el señor Rajoy, no han tenido tiempo para dedicarse al asunto de los desahucios, lo que quiere decir que el señor Rubalcaba, y, por supuesto, también el señor Rajoy, no han tenido tiempo para resolver un problema de escala verdaderamente humana y sí para discutir hasta la náusea sobre las banderas catalanas e, incluso, para ver en Polonia un partido de fútbol de la selección. La cuestión merodea por la indecencia y salta de lleno al plano de la locura social y política; resulta que Rajoy come jamón en una avioneta o analiza las posibilidades de un revés ganador a cuenta de los presupuestos y escucha sin reaccionar los dramas de miles de personas que se quedan sin casa mientras los bancos se tragan el suministro del país; resulta que también, por supuesto, Rubalcaba oye que hay gente protestando y que ya son más los que no pueden pagar la casa que los que llenan el Bernabeú y aun así mira con desparpajo su agenda y subraya otro asunto de interés.

Los dos, oposición y Gobierno, haciéndonos creer que las reglas son inamovibles y que era mucho más sencillo arrojarse a las estrellas que forzar un cambio de dirección en la política hipotecaria, siniestra y despendolada, de este país. De repente, en apenas una semana, el señor Rubalcaba, y por supuesto también el señor Rajoy, se sientan con sus gabinetes y se precipitan en tiempo casi récord los acuerdos y las alternativas, con la aquiescencia, incluso, de esos irreductibles romanos que son los bancos y las cajas de ahorro. La moratoria en los desahucios, si finalmente se extiende al conjunto de la red financiera, constituye una buena noticia, pero eso no evita una lectura más reposada de ese conglomerado de principios sórdidos y conmutables que mueve la alta política en España.¿Dónde está el límite? ¿Cuál es el número exacto de personas que tienen que sufrir para que los líderes muestren un mínimo de sensibilidad? Hagan sus cuentas de Estado. Ya verán si pueden perdonar.