Los rasgos de una ciudad son tan elocuentes como los de las personas y en ambos casos describen sus naturalezas. La repetición de un gesto de forma continuada se ve recompensada al cabo de muchos años con rostros acentuados, que dicen si a lo largo de los años ha acumulado más sonrisas que preocupaciones, más alegrías que enfados. La comunicación no verbal es tan directa y fiable, como silenciosa, y gracias a ella las apariencias no engañan.

Existe en las ciudades un discurso simultáneo de opuestos, legible en elementos arquitectónicos secundarios o en su mobiliario urbano. Palermo está llena de señales de tráfico porque su circulación es caótica; Venecia es una red de puentes porque originariamente estaba compuesta de islotes desconectados; Maastricht tiene a pie de calle viviendas con escaparates que muestran el contenido y la vida de sus interiores, y con ello la enorme seguridad ciudadana. La realidad urbana que compone un lugar explica tanto sus cualidades como las carencias que se desean paliar. La abundancia de papeleras y contenedores no muestra una ciudad limpia, sino un lugar que produce, saca o tira abundante basura. No es el caso de las ciudades suizas, donde el primoroso empaquetado particular de basuras a las puertas de las casas puede llegar a confundirse con envíos de correos. También las rejas, tanto si existen como si no, dan un mensaje claro.

El vallado de lugares suele realizarse para proteger una realidad que se considera en riesgo. Única razón posible cuando hablamos de templos religiosos cuya finalidad es la congregación en lugar de la dispersión o el alejamiento. La Catedral de Málaga, tiene en su fachada principal a la Plaza del Obispo un mensaje contradictorio: cuenta por un lado con una hermosa escalinata que invita a ascender, o sentarse al sol como en tantas iglesias italianas, junto al abrazo de sus dos torres, y por otro con una historiada verja de forja que lo impide históricamente desde el segundo escalón, dejando el abrazo vacío. Toda ciudad pierde cuando el miedo al vandalismo en sus distintas manifestaciones: pintadas, botellonas o daños mayores, condicionan o dirigen la segregación del espacio abierto, transformando su mapa geográfico en uno político.

*Iñaki Pérez de la Fuente es arquitecto