En las montañas del norte, todas las indecisiones de la primavera están en el paisaje: una parte de las masas de hayas muestra ya el verdor de las primeras hojas, que es a la vez mate y brillante, pues de su piel satinada puja por salir una luz interior, pero la parte más alta del hayedo aun está desnuda, y, hacia la mitad, en la frontera entre los dos mundos, los tonos apagados de los troncos se entreveran con el verdor de los árboles vestidos. En alguna zona no arbolada otro verde singular, austero y hermético, el de las masas arbustivas de árgoma, brezo y piorno, define un tercer mundo, al que aún no llega la floración. Mientras, los restos de nieve se refugian en altas oquedades de la caliza, donde aún resistirán un tiempo. El conjunto móvil de todo ello, avances y retrocesos de cada masa en el teatro de operaciones, define el campo de una emocionante batalla que se repite cada año.