¿Por qué una persona tiene derecho a ser Rey y otra no? De forma tradicional se ha justificado esta distinción real por la gracia de Dios. Es el derecho divino el que da el privilegio de la jefatura del Estado (y antes legitimaba al individuo a gobernar con poderes absolutos). Eran otros tiempos, sin duda. Superados, afortunadamente. Aunque el monarca mantiene la inviolabilidad, es decir, que como siempre, parece que sólo tiene que responder de sus actos ante Dios. Es decir, que guste más o menos, la tradición de la corona, sea donde sea, esta indisolublemente ligada a la religión. Ahí está el Reino Unido, por ejemplo, donde Isabel II es Reina y además cabeza de la Iglesia anglicana. En España no ocurre así. Ni tiene por qué ser así. No es necesario para nada. Pero sorprende cómo, a pesar de todo ello, don Felipe va a ser proclamado Rey sin ningún tipo de acto religioso. No habrá misa. Y eso extraña. O no. Porque en este país nos hemos vuelto más papistas que el Papa, pero en el sentido opuesto. Vivimos días de cierta convulsión. Las manifestaciones a favor de la proclamación de la III República se suceden. Y son tan numerosas como por ahora inservibles, porque nadie va a cambiar el sistema de monarquía parlamentaria que legitima la Constitución. Tan democrático como reclamar la supresión de la Corona, por cierto. Sin embargo, para medio contentar a las voces críticas, se ha suprimido cualquier acto de la liturgia católica. Y aquí hay que definirse sin ambages ni medias tintas. Si España tiene Rey, éste debería ser entronizado con ceremonia religiosa posterior, independientemente del carácter aconfesional del Estado, pero fieles a la tradición de cualquier monarquía europea, pero igualmente modernas. Menos sentido (ninguno) tiene que los ministros juren sus cargos delante de un crucifijo. Y se hace. Y jurar significa "afirmar o negar algo poniendo como testigo a Dios". Es decir, que si no se cree, se corre el riesgo de cometer perjurio. En estos días también hemos asistido al 70 aniversario del desembarco de Normandía y hemos podido ver como los presidentes de la república francesa, el declarado agnóstico François Hollande, y el anglicano con dudas primer ministro británico David Cameron, han participado en actos religiosos, con naturalidad. Sin que nadie se escandalice. En España, sin embargo, por temor a esa costumbre establecida de atacar todo lo que huele a incienso, y porque alguien ha pensado que no está el horno para más bollos, se ha optado por proclamar a un nuevo Rey con honores civiles y militares, obviando los religiosos que son intrínsecos a la propia monarquía. Pues vale.