En el tiempo que un puente -el Pont des Arts de París- cede ante el amor, tal desmán me conduce a sopesar los estudios geológicos planificados para su pilotaje, pilares y estructura. Esto es, no fueron suficientemente analizados los apoyos para soportar los pequeños candados acumulados que encierran nuestra realidad más hermética, la de un sueño férreo y terrenal: el arte de amar. Este derrumbe ha debido ser provocado -reflexiono ante mi ignorancia en materia de ingeniería emocional- por la fluctuación de algunos de sus trabazones, los cuales han padecido mucho por el sutil peso de estos cerrojos o, quizás, por ver adulterado un sistema tan simple e influyente para alcanzar el anhelo perfilado en el broche existencial: la flexibilidad.

Mientras el Ayuntamiento desbloquea la obra del metro bajo la Alameda; cuando la Junta de Andalucía está tramitando la interminable llegada de la Biblioteca Provincial, cada día más ineludible, para que el rehabilitado claustro conventual de La Trinidad anime a los malagueños a encontrar sus páginas y así poder relatar sus propias historias en tertulias más provechosas; entre tanto que juego de tronos sea una de las series más sobrellevadas por los malagueños en la franja anímica de la política municipal versus Junta...

Frente a tanta intransigencia entre nuestros próceres, la urbe despierta plomiza con la persistente aspiración de continuar siendo una ciudad abierta que tan solo quiere un candado como puerto; un engranaje para el metro; un museo a modo de aduana y un ancla que fije estos proyectos decisivos que le otorguen ese sentido peculiar de villa metropolitana. Abrochemos esta oportunidad que Málaga necesita para liberarse de tantas llaves que inmovilizan sus puertas hacia un futuro que le pertenece.