Todo parecía indicar que sí, que la presidenta de la Junta lo disponía todo para dar su salto a Madrid: las maletas dispuestas para emprender el viaje que tenía como parada final la sede del PSOE en Ferraz. En el bagaje, la reciedumbre de haber conseguido mantener el tipo en Andalucía tras conseguir su partido un resultado meritorio en las elecciones europeas, no lo suficientemente amplio como para lanzar las campanas en alocado vuelo, pero sí lo suficientemente contundente como hacer cavilar a su oponente en la eterna liza, el Partido Popular, que resultó claramente perdedor.

Es curioso lo que viene ocurriendo en el territorio andaluz: se despotrica sobre el estado de corrupción reinante en las instituciones -ese atraco a mano armada que han supuesto los ERE falsos a los parados arrebatándoles su derecho a la formación y posterior obtención de un puesto de trabajo, fraude tenazmente perseguido por la juez Alaya con una acción que suscita la bendición de todos-, pero a la hora de depositar el voto para una consulta electoral, se escoge el más favorable para el PSOE, haciéndose caso omiso de las trapisondas de algunos, los que sean, de sus altos componentes. Se pregunta uno si son aciertos del partido en el poder o resultado de esa red de clientelismo que auspicia y que le permite salir a flote cuando la tormenta presagia el hundimiento del barco. «Más vale lo malo conocido que lo bueno por conocer», que se dice jocosamente en las tierras malagueñas y serranas del sur peninsular.

¿Qué ha pesado más en la conciencia de Díaz a la hora de decir que no cuando la mayor parte del partido, barones y gerifaltes incluidos, vaticinaban que desde Madrid cogería con acierto el timón de la nave socialista a la deriva? Hay opiniones para todos los gustos. Es sabido que ella esperaba ser candidata y elegida por aclamación. Pero esto es algo que en estos tiempos los zancadilleos políticos están en el orden del día, sea cual fuere la formación cuyos componentes aspiran a más alta preponderancia en los partidos respectivos. ¿Ha pesado en su decisión la certeza de que pese al valimiento de jerarcas socialistas, incluido Rubalcaba, el perdedor, podía encontrase con serios contrincantes que asimismo optaban por el cargo y que se dejarían el alma en el intento?

Ahí tenemos a Pedro Sánchez o Eduardo Madina (bien escorado éste último hacia la izquierda radical) que ahora, tras la renuncia de la presidenta andaluza, velan armas dispuestos a presentar descomunal batalla para conseguir el liderazgo. No le van muy lejos Carmen Chacón o el mismo Patxi López, quienes si en un primer momento optaron por dejar paso libre a la lideresa andaluza, ahora se aprestan para dar la batalla en su propio favor.

Susana Díaz ha querido dejar claro que en su determinación a renunciar ha pesado el deseo de seguir prestando la máxima atención a Andalucía y a la necesidad de prestar el mayor empeño en resolver los problemas de su gente, que no son éstos pocos ni graves. Eso la honra, que en política, no pocas veces se anteponen los intereses personales a los de aquellos para los cuales se tiene el deber ineludible de atender, que es en definitiva la misión que se le supone en el ejercicio de sus funciones. Palabras que creemos sinceras y que no tenemos por qué poner en duda. Y que son de agradecer.

No se va Díaz, tal vez no tenga que deshacer las maletas porque no llegó a hacerlas. Pero existe la conciencia de que no renuncia. Sólo que ahora toca esperar para dar el salto final: es lo que todo da a entender.