l día 4 de junio de 2014 la vida me hizo un singular regalo. Conocí y apadriné la Escuela de los 100 años, enclavada en la ciudad de Venado Tuerto, sita en el Departamento General López de la Provincia de Santa Fe (Argentina). Esta ciudad, fundada el 26 de abril de 1884 por Eduardo Casey, es conocida como La Esmeralda del Sur por su importancia y riqueza. En 1994 cumplió un siglo. Y, para celebrarlo, la ciudad tuvo la hermosa y comprometida idea de fundar una escuela.

Sé que a muchos lectores y lectoras les resultará chocante el nombre de esta localidad santafesina. Aunque varias leyendas tratan de explicarlo, el origen del nombre se pierde en los pliegues de la historia. La versión que sigue es la que se considera la elegida por el fundador para dar nombre al pueblo. Se trata de una leyenda de contenido folklórico y no exenta de cierta ternura. Dice lo siguiente: «Por los parajes del Hinojo solía pastar un venadito al que le faltaba un ojo, perdido en un ataque sufrido ante los indígenas. Desde entonces, cada vez que aparecía en el fortín, era aviso seguro de la proximidad del malón, hecho que permitía a los soldados refugiarse y defenderse del ataque. En épocas de sequía, conducía a las tropas por buenos pastos y aguas, lo que le valió el reconocimiento de aquellos hombres».

Aquella tarde de invierno me recibió amablemente la comunidad educativa. Tuve el placer de dirigirme a los alumnos y alumnas del turno de tarde que, con sus guardapolvos blancos, me escucharon en un silencio y con una atención extraordinarias. Aquel señor desconocido que venía de España iba a convertirse en el padrino de la escuela.

Después planté con ellos un cerezo en el patio de la Escuela. Algunos docentes habían leído algo que escribí en diversos lugares y que dije en numerosas ocasiones: la educación hace con las personas lo que la primavera hace con los cerezos.

El 17 de mayo de 1983 la Comisión Central de Festejos de la ciudad, presidida por Bruno "Pocho" Brun, decide que el monumento conmemorativo de la centuria será una escuela. La escuela nació, pues, como un regalo que se hizo la ciudad en tan significativa fecha. La celebración del pasado se hace con la institución que representa mejor el futuro. La recuperación de las raíces se proyecta hacia las ramas frondosas del árbol de la historia.

Se salieron de lo trillado, de lo que hubieran hecho casi todos, de lo que se suele hacer casi siempre: un asado, un baile, una misa, una fiesta, una placa, un monumento€ Más sencillo, menos arriesgado, menos comprometido, menos largo, más barato€

Los gestos están llenos de significado, los hechos tienen representaciones, las cosas hablan de lo que sentimos y pensamos. Fundar una escuela significa que se cree en el valor del conocimiento, en el sentido de la democracia, en la importancia de la solidaridad y de la justicia. Porque hablamos de una escuela pública, de una escuela de todos y de todas, para todos y para todas. Una escuela pública es el símbolo más preciso de la equidad.

Se crea en ese momento una Sub Comisión que será la encargada de gestionar todo lo necesario para la construcción: desde la adquisición de terrenos (2000 metros cuadrados), hasta la consecución de dinero y de medios. Esfuerzos todos surgidos de la generosidad y del entusiasmo: rifas, bonos, espectáculos, donaciones, certificados de colaboración€ Era más fácil y más cómodo decir: si hacen falta escuelas, que las construya el gobierno que esa es su obligación. Pero era más hermoso decir: nosotros tenemos un sueño y vamos a convertirlo en realidad.

Tengo delante de mí el libro que me obsequiaron y que lleva por título ´Venado Tuerto. La escuela de los 100 años. El pueblo que se regaló una escuela´. El libro se escribe como una segunda celebración: la de las bodas de plata de la creación de esta escuela monumento, es decir la de la conmemoración de sus primeros 25 años de vida.

He leído el libro con atención. He podido descubrir a través de sus páginas que un grupo de personas hoy casi centenarias, algunas ya fallecidas (en 1996 se plantaron cien rosales en el cementerio), pusieron todo su empeño en la apertura de una nueva escuela que conmemorase el primer centenario del nacimiento de la ciudad.

Parecía una quimera. En el libro puede verse un cartel sostenido por dos palos fijados al suelo en un terreno completamente inhóspito: «Aquí se construye la Escuela de los 100 años. Colabore. Usted puede». Ese «aquí» es un descampado. No hay todavía barrio al que ofrecer la escuela. Surge con ella como epicentro. Es la escuela la que aglutina a una población que sin ella no tendría ni presente ni futuro.

El 3 de mayo de 1986 metieron en una caja documentos, fotografías, objetos y grabaciones de diverso tipo. Esa caja se abrirá en 2034, cuando se cumplan cincuenta años de su clausura. Me llamó la atención leer que, con la sensata sospecha de que, cuando se abra la caja, no existirán aparatos para reproducir las cintas con las grabaciones, se incluyó un reproductor de la época.

La idea de fundar la escuela surge no solo como una iniciativa popular sino como fruto de sus donativos y de sus esfuerzos. No es una institución venida de arriba hacia abajo sino surgida de abajo hacia arriba, encarnando la esencia de la democracia. Las fotos del libro dan fe de cómo, ladrillo a ladrillo, se va levantando el edificio. Es la crónica de una pacífica gesta democrática.

Hubo dificultades de diverso tipo. «Primero se barajaron presupuestariamente unos números para empezar los trabajos pero prontamente, la inflación de aquellos años, desbarató nuestros pensamientos», dice uno de los entrevistados en el libro. Pero ellos no cejaron en su empeño. Las dificultades estimulan a los verdaderos emprendedores. Algunas dificultades fueron especialmente dolorosas. Es muy duro que, mientras entregas tu tiempo, tu energía, tu dinero a una causa común, algunos pongan su empeño en destruirte. Es muy triste que, como respuesta a una carrera de fondo, algunos se dediquen a poner zancadillas. Es una tragedia cavar una trinchera muy larga y muy profunda para defender una causa y que te detengan como desertor. Pero el espíritu optimista de los impulsores y el apoyo de la población hicieron viable la superación de esos obstáculos sobrevenidos.

Hay en el libro muchos nombres y muchas fotografías de las personas que protagonizaron la gestación y el desarrollo de la iniciativa. Y muchas entrevistas en las que expresan sus ideas, comparten los recuerdos y hacen públicos sus sentimientos.

Cuando veía a los niños y a las niñas transitar por los pasillos y por el patio, pensé que su futuro echaba raíces en la historia. Y que su proceso de aprendizaje era el fruto del entusiasmo, del trabajo y del tesón de un puñado de soñadores. Y de un pueblo que supo elevar los sueños a la categoría de realidad a través del trabajo abnegado de una legión de excelentes maestras y maestros. Gracias, ánimo y enhorabuena.