La pantalla del portátil tiene propiedades especulares, de modo que, cuando escribo, mi rostro aparece reflejado detrás del texto. En ese rostro se dibujan todas las dudas, todos los temores y expresiones de sufrimiento o alegría que atraviesa la cara de uno mientras coloca una palabra detrás de otra. Al escribir, ocurren cosas, dentro y fuera. Un perro ladra ahora mismo afuera, por ejemplo, y un pinchazo, dentro, me obliga a llevarme la mano al corazón. No es un infarto, es que he cambiado mi mesa habitual por otra un poco más alta, lo que me obliga a hacer un esfuerzo muscular al que mi cuerpo no se ha acostumbrado todavía. Cuando ayer me di cuenta de que se trataba de eso, ya me había tomado la pastilla de nitroglicerina. Permanecí unos instantes quieto, creyendo que mi pecho iba a explotar, pero no ocurrió nada.

Hace mil años, tuvo mucho éxito una película titulada El salario del miedo, basada en la novela homónima de Georges Arnaud. Unos hombres desesperados transportaban dos camiones de nitroglicerina por los lugares más ásperos de la tierra. Antes de que comience el traslado y para que comprueben el peligro de la mercancía, alguien deja caer sobre el suelo una gota del explosivo, que produce una deflagración desproporcionada. Significa que cada bache, cada frenazo, cada movimiento brusco de la mercancía puede provocar una catástrofe en la que el espectador se siente involucrado, pues intuye desde el principio que la onda expansiva llegará al patio de butacas si la tragedia llegara a producirse.

La palabra nitroglicerina permanece asociada desde entonces, en mi cabeza, a aquella película. Me sorprendió muchísimo por tanto que se fabricaran pastillas de ese explosivo para prevenir los infartos. Incluso los infartos falsos, como el mío. En ocasiones, conducir un texto por la pantalla del ordenador es tan peligroso como conducir un camión lleno de pólvora. En cualquier momento, estalla un adjetivo malo que te destroza el rostro: ese rostro que asoma al fondo de la pantalla y que, aun siendo el tuyo, tardas unos instantes en reconocer. ¿Quién es ese tipo?, te preguntas al abrir el aparato. El tipo eres tú.