Hace años, pero unos pocos nada más, el boom de la construcción era un atractivo poderosísimo para los escolares que no querían estudiar, abandonaban las aulas y se ponían a trabajar ganando elevados sueldos pese a su nula cualificación. Los profesores recuerdan que algunos se paseaban con sus cochazos por la puerta del instituto como diciendo: «Miradme pringaos». La crisis, sin embargo, se ha encargado de ponerlos en su sitio. Ha hecho estragos hasta con los mejor formados. Muchos de los que dejaron de estudiar han vuelto para terminar de graduarse o hacer algún ciclo formativo, conscientes de que la educación es la llave que puede abrirles las puertas laborales que la falta de estudios les cierra. Esto mismo ocurre entre los universitarios. Pese a que tienen un título superior bajo el brazo, no encuentran trabajo y si lo hacen, es para ocupar puestos elementales que no se corresponden con su formación. No pueden trabajar en lo suyo. Con la esperanza de revertir esta lamentable situación, continúan esforzándose y cada año unos 1.300 universitarios malagueños se reenganchan a sus estudios y hacen otra carrera o algún posgrado. Si la tasa de ocupación de los graduados en la provincia es del 45%, la de los doctores aumenta hasta el 62%. Parece insuficiente pese a todo, pero es un avance.

En España, la mitad de quienes engrosan las listas del paro dejaron de estudiar con 14 años. Pese a estos claros avisos, en Andalucía, aún, el 27% de los escolares abandonan prematuramente sus estudios. Un porcentaje altísimo, que asusta, aunque inferior al que existía hace sólo cinco años (33%). Y en Málaga, casi 67.000 jóvenes son «ninis», ni estudian, ni trabajan. De ellos, 50.000 no buscan un empleo si quiera. ¿Acaso han tirado la toalla? ¿Se lo dan todo hecho y no lo necesitan?

Esta comunidad autónoma parte con desventaja. Hace sólo dos generaciones un gran porcentaje de la población era aún analfabeta. No era necesario estudiar para ponerse a trabajar y ayudar con otro sueldo en casa. Apenas había centros públicos y los privados, además de privados eran caros. Para estudiar una carrera había que irse a Granada, algo inasumible para la mayoría de las economías domésticas, es decir, que estudiaba quienes podían pagarlo. Esto cambia cuando nuestros padres se esfuerzan por que sus hijos sean mejores que ellos y se sacrifican por que estudien, y aparecen las becas para ayudar, y los planes de apoyo a las familias. Se asume que le educación es vital. Por eso, pese a las dificultades y aunque no existan garantías, el grado de instrucción sigue siendo un plus y cuantos más estudios mayores opciones de empleabilidad. Además, el saber no ocupa lugar.