«La casta, la casta» se ha convertido en una coletilla para un gentío de amplio espectro, desde el comentador automático de Internet con su discurso liberal-fascista a la intervención asamblearia de la izquierda caribe. «La casta» no define, marca, y a los marcados se les ve el tatuaje por todas partes y en todas las abdicaciones dinásticas (esa representación de la muerte) y en todos los funerales dinásticos (esa representación de la abdicación). A presidente del consejo de administración muerto, rey puesto.

Salvo a la de los pretenciosos Aznar-Botella (Famaztella) no se va a las bodas pero a los funerales no se puede faltar. Bajo el manto de la Iglesia y en compañía de la corona, la política va a dar el pésame a la economía, sin fisura, arrimando el hombro y empujando en una sola dirección, como deudores del finado y de los deudos. España es así y su marca, también, señora. Lees en alto el pie de foto en el que se citan, con toda objetividad, los nombres de los presentes y suena a demagogia venezolana. Hay que leer el pie de foto en bajo aunque el funeral esté fotografiado -que es como ver en alto- y publicado, que es ver a voces.

Van juntos a las exequias, con lo que unen los funerales a las familias, porque sólo les sale hacer planes juntos. Cuando toca playa, van a la playa -con toallas distintas- y cuando toca monte, suben en distintos grupos. No hay alternativa, eso es lo que frustra, y la gente se apunta a cualquier plan -acampar en la ciudad, rodear el Congreso- por hacer algo distinto. Un año tras otro, este establishment no ve otra cosa, no tiene otro plan, no conoce otra conversación. En las mañanas de RNE, Pedro Sánchez, nuevo líder del PSOE, declamaba el recitado de «España es un gran país» al que había que «poner en valor» no sé qué y que parecía sólo compuesto -porque era a los que citaba- por «emprendedores» y jóvenes «muy calificados». Este no va a ser el guapo que diga lo contrario.