El cine español, en continua discusión, está este año de celebración. Se cumplen 25 desde que a José Luis Cuerda se le iluminara la bombilla y rodara en los campos de La Mancha una de las películas más increíbles -en el más estricto sentido de esta palabra- que se haya visto. Amanece que no es poco es una de esas películas de las que te gustaría quedarte con una escena, pero al final no tienes más remedio que acabar escogiendo la película entera. Lo mismo que le pasa a La vida de Bryan, de los Monty Python o a unos pocos filmes más.

La película de Cuerda es de un surrealismo tal que hoy en día suena hasta creíble. Bueno, excepto por lo de que crezcan hombres en bancales. Si España hubiera conseguido hacer crecer personas en el campo ya habría llegado la Unión Europea a recortarnos los cupos... La cinta está jalonada de momentos épicos, como la llegada del regidor del pueblo al grito de «alcalde, todos somos contingentes pero tú eres necesario», que a mí me recuerdan a aquellos paseos de Celia Villalobos por los mercados, o a las cenas de De la Torre con las peñas y los productos Hacendado. O cómo no recordar esa iglesia a rebosar solo para ver cómo consagra el sacerdote, que bien podría ser una reproducción fiel del triduo de alguna hermandad. Ay€ esos bares en los que te puedes pegar horas desbarrando y filosofando por el amor hasta que el borracho de al lado se harta y decide ciscarse en tus muertos. Todo tan real que hasta da miedo. No puedo considerarme amanecista porque solo he visto la película una decena de veces, pero sí que me declaro fan incondicional de ese humor perfecto, esa maravilla de chistes y gags que sirvió de escuela a una de las generaciones más exitosas de la comedia española: la generación Chanante. Larga vida a Cuerda y sus secuaces. El amanecismo va a llegar.