Fulanito celebraba su paternidad cuando fue detenido al ser falsamente relacionado con unos extranjeros con más antecedentes que Tony Montana. El grupo policial, que ya hacía hueco en la pechera para otra cruz con distintivo blanco, comunicó su orgullosa captura al Subdelegado del Gobierno pasándose por el forro el Art. 520.1 de la Ley de Enjuiciamiento Criminal al emitir un estudiado comunicado de prensa trufado con los datos suficientemente alarmantes como para crear un desmedido interés social y provocar así el eterno conflicto entre la libertad de prensa y el derecho a la intimidad. Para cuando el juez instructor acordó el secreto de las actuaciones, entre las presiones de algún consejero de la junta y un amarillismo ávido de situar la causa en el mapa de la actualidad, la foto de Fulanito y los detalles de la investigación ya pululaban por todas partes excepto por el despacho de su abogado.

De la nada había nacido una noticia, los directores lo sabían y sólo sus conciencias decidieron el posicionamiento editorial. Vender ejemplares o esperar a contrastar la información, qué dilema. Hubo quien decidió atender al decálogo de Tomás Eloy Martínez y quien optó por tergiversar la historia hasta lograr hacerse merecedor de un baboso minuto de gloria como tertuliano experto en humo. Mientras la instrucción judicial perdía intensidad al aflorar las pruebas de descargo el expediente periodístico hacía oídos sordos a la realidad poniendo el acento en todo aquello que humillara, dañara y empañara la imagen pública de Fulanito. Derecho de información lo llamaron algunos.

Tengan en cuenta que en un país en el que la cuarta parte de la población cree que el sol gira alrededor de la tierra es fácil calumniar a alguien para posteriormente esconderse tras un malentendido. Con términos tan etéreos como fuentes policiales, informadores cercanos a la investigación y demás licencias literarias puede hacerse creíble la fábula más descabellada que puedan imaginar, el papel lo aguanta todo. El problema es que la verdad es como el agua, o es pura o no es agua, y a la verdad en todo proceso penal se llega solo con pruebas. Pruebas que la policía no consiguió, un mero detalle que el periodista olvidó.

Estériles resultaron los intentos de Fulanito al jurar su inocencia y clamar por el derecho a un proceso justo con todas las garantías, eso no lo compra un público farisaico y contaminado. La vehemencia informativa decayó cuando el redactor de turno hincó su colmillo carroñero en otro infeliz al que tampoco adjetivaría nunca como presunto. Fulanito pasó tres años en prisión provisional para ser absuelto cuatro años más tarde en contra del criterio del Ministerio Fiscal. Siete años cuyo fin sólo mereció una escueta y lacónica nota a pie de página situada justo bajo la noticia del enésimo inmigrante ahogado en el Mediterráneo.

Rafael Ricardi, Dolores Vázquez, Jorge Cadaval y un larguísimo, demasiado largo, etcétera han visto cómo su honor fue arrastrado por los suelos gracias a interesadas filtraciones policiales, judiciales o de algunas de las acusaciones personadas. Esos antiguos imputados vieron cómo su privacidad y su patrimonio pasaron de boca en boca por la asquerosa y deleznable labor de algunos medios de comunicación que no permitieron que la verdad material les arruinase una portada virtual. Acusa que algo queda.

De vez en cuando me viene Fulanito a la cabeza. Tengo entendido que uno de aquellos condecorados policías llegó a comisario, el juez goza de una tranquila jubilación y el periodista se pavonea como jefe de redacción. Aquél hombre en cambio perdió su trabajo y su futuro. Si ustedes se lo cruzan le reconocerán fácilmente por su andar cabizbajo, por la certeza de un derecho robado, por el despertar de un mal sueño que duró toda la infancia de su única hija.

A estas alturas da igual, ya ni siquiera espera una disculpa. A pesar de no haber sido condenado Fulanito sabe que para muchos fue y siempre será un criminal, un cabrón en la memoria colectiva, porque nosotros somos muy listos y sabemos que a la gente de bien no le pasan esas cosas, porque eso de la presunción de inocencia es un invento, y porque si lo dijo un periódico por algo sería.

(Dedicado a los policías, fiscales, jueces o periodistas que hacen de la verdad su trabajo y no al revés, ellos saben quiénes son, y a la memoria de todos los imputados que no tuvieron la suerte de cruzárselos en su camino).