Poniéndome al día después de mis vacaciones, no paro de pasar páginas sobre el magnífico agosto turístico de España en general y Málaga en particular. Playas hasta la bandera, los chiringuitos a rebosar, los aeropuertos vomitando lechosos rostros ilusionados que en dos semanas volverá a recibir con la misma ilusión pero tostados y, en su mayoría, cocidos. Sobra gente en verano, digámoslo claro y sin miedo. Y sobran cosas. Valga este listado que a continuación expongo como un borrador sobre el que trazar un verano, si no perfecto, al menos algo más placentero, de cara al lejano estío del 2016.

Todos -los regresados y los que aún están por irse- tenemos un amigo, ese amigo, que encuentra el vuelo más barato, el hotel más limpio y económico y el destino más paradisiaco, elitista y exclusivo del verano. «Pero como, ¿no has estado nunca en Pozal de las Gallinas? Yo he encontrado una casita rural a 7 euros la noche, una ganga». Ese amigo, sobra. Sobran esas familias del norte, esas que nos llaman catetos a los andaluces cuando damos el salto más allá de Despeñaperros, que vienen a degustar las tapitas del sur con la principal inquietud de saber cuántas bolas de ensaladilla trae la tapita y cuál es la clave de la wifi del restaurante. Y que no va la wifi, que no va. Pues que no vengan. Los «vigilantes» de los aparcamientos de la playa. Asómense al coche con el parking lleno, a eso de la hora de comer, a ver si los encuentran. ¿Qué demonios vigilan, además de su bolsillo? De los palitos de selfie que asoman sobre el hombro de uno en una terraza, ni les hablo. Poner a la misma altura tomarse una caña en Mojácar que saltar en una cascada de Indonesia sobra, se mire por donde se mire. Los guarros que dibujan con colillas, latas de Cruzcampo y papel de aluminio su paso por la costa andaluza. Sobran las cometas asesinas, las fuentes con agua caliente. Los chiringuitos sin deporte en sus televisores y facturas millonarias en las mesas. Sobran las chanclas rotas a mitad de camino. Sobran los italianos. Y, sobre todo, las fotos de niños en la orilla. Esas en las que no salen jugando, ya saben. Eso sí que sobra.