La democracia, «el menos malo de los sistemas posibles», dicen que dijo Winston Churchill, puede reinventarse a sí mismo si los que participan creen en el invento. Por aquí hay también algún disfrazado, no crea. Y un par de veteranos que han tardado en reciclarse, ocupados como han estado en gobernar un país difícil de dirigir. Con levantiscos en catalán, con vascos incómodos y la tropa hispana revoltosa. En diecisiete mini repúblicas independientes, poco dispuestas a acatar resoluciones, ordenanzas y mandangas que vengan de Madrid. Y mucha manga ancha en algunos que les ha tocado administrar la cosa pública, que da comisiones, otorga avales y cuentas en Suiza€ sin peculado no hay paraíso. Ha llegado la pluralidad máxima, cosas de las modernas democracias, que acarrea inestabilidad.

El panorama está tenso. Nunca se había presentado tanta minoría en el Congreso de los Diputados. Y si recordamos que por este patio hispano hay poco o nada de experiencia en pactar por arriba, la gobernabilidad se hace improbable. A los dos partidos tradicionales que han gobernado, le han adelantado a uno por la derecha y a otro por la izquierda. La matrona de este parto tiene nombre y se llama doña corrupción. Más bien ha sido una cesárea compulsiva. Al PP le han pasado la factura del cinturón apretado de estos cuatro largos años. Al PSOE las variantes de un discurso bamboleante entre la izquierda populista y la socialdemocracia. Podemos le ha arañado votos tanto a los comunistas tradicionales, como a los socialistas de siempre. Se han levantado como representantes de los sufrientes ciudadanos de la crisis, de los desahuciados de la democracia ineficaz.

Es la hora de pensar en España en grande. En resolver el desempleo estructural que sigue ahí. De controlar, sin miramientos, la corrupción, de combatir, juzgar y execrar a los políticos que metan la mano en los dineros públicos. De conseguir que la maquinaria del Estado funcione mejor, que se adelgace y aumenten su productividad. De no dejar caer todavía más el Estado del bienestar, que es un signo diferenciador de este país europeo. De solucionar, como problema de Estado, el sistema educativo público. Que se aclare el caso catalán y el vasco, aún no solucionados. Y la crisis de la economía española, que sigue presente. Pero estos puntos y algunos más, no van a ser posible de corregir sin un gobierno sólido y los resultados del domingo no parecen garantizarlo.

Se introducen unos 69 nuevos parlamentarios que no parecen creer de verdad en este sistema. Traen un prontuario de colaboración directa con un régimen que ha destrozado a la sociedad venezolana. Con poses oscuras y contrarias a retratarse en el bloque político antiterrorista. Que proclaman una nueva constitución sin saber muy claramente sus parámetros. Y que abogan por un territorio catalán auto determinado. Pero que han trocado su relato inicial anti casta por un edulcorado discurso pro socialdemócrata. Su traje parece democrático porque es lo que se lleva para tocar poder, pero su piel le escuece ante tanta igualdad y tanto votar. Eso sin dejar de recordar a sus acompañantes en este viaje, ya colocados en puestos de gobiernos locales, que vienen dando muestras evidentes de un bajísimo nivel de estadistas.

España vive un momento de gravísima decisión política. Las urnas han recogido las diversas sensibilidades. Ahora toca gobernar, si es posible. No aparecen claras las coaliciones. Cualquier acuerdo para gobernar este país va a ser frágil. La huella portuguesa está demasiado cerca. Puede que el ganador en votos no pueda gobernar. Puede que la izquierda reunida en su amplio espectro sea fagocitada por la punta extrema. E incluso no se puede dejar de prevenir sobre nuevas elecciones. Esta no es una nueva España, sino una diferente de verdad. La gente muta su voto sin demasiada conciencia. Unos que asumen la pesada carga que se les exigió. Otros que creen en promesas de alcanzar los cielos. Otros fieles a los suyos, aunque sean pocos. Y otros refugiados en sus terruños irredentos. El horizonte es sombrío.

Nada está claro sino todo lo contrario. Ni los primeros pueden gobernar solos ni los segundos tampoco. Pero los terceros tienen intacta la ambición. Nada hay más inestable que un país sin gobierno sólido. La cohabitación entre el PP y el PSOE no se ha planteado, pero podría ser una posibilidad en el tablero, aunque conociendo a España algo improbable, no somos alemanes ni franceses. Vienen unas semanas de alta política, nos iremos enterando. Con respecto a Andalucía, sólo en la provincia de Málaga ha ganado el PP con cuatro diputados por tres del PSOE y dos para cada uno de los emergentes, Podemos y Ciudadanos.