La Opinión de Málaga nos recordaba esta semana la existencia de Infomedusa: una aplicación para móvil que surgió en 2012 ante el brote de medusas que tuvo lugar aquel año, destinada a ofrecer información a los ciudadanos sobre las condiciones del mar, y cuya edición actual acaba de ser presentada. La ocasión era propicia para hacer un vaticinio sobre la posible proliferación de tales invertebrados en el litoral durante los meses venideros, y las predicciones anuncian que no llegarán a constituir plaga este verano. El listado de las especies implicadas es de lo más inspirador: leemos en él nombres tan sugerentes como carabela portuguesa, aguamala, aguacuajada, compases y medusa lunar, siendo mi preferido el de Pelagia noctiluca o medusa luminiscente. Su sonoridad es tan maravillosa como fascinantes son para el sentido de la vista los animales designados, aunque desde luego no para el del tacto.

Una vecina de mi calle, señora de edad provecta, coincide con tal pronóstico. Lo digo porque entre la ola de calamidades y hecatombes que a su juicio habrán de sucederse a partir del día 26 de junio -que incluyen el colapso económico, la disolución de la moral y la guerra civil, además de otros temibles signos del apocalipsis- no hace mención a invasiones de celentéreos. Hay que decir que mi calle se parece al desfiladero que aparece en las películas del Oeste; es lugar de paso obligado en el barrio y no existe la posibilidad de dar un rodeo para llegar al destino. Se trata de uno de los alicientes del lugar, pues insufla un sentimiento de comunidad a los residentes y proporciona la oportunidad diaria de darle los buenos días al prójimo, pero se convierte en el escenario ideal para una emboscada en condiciones adversas. Me iré a la playa para dar esquinazo a mi vecina la pelma, tan deseosa de pillar la hebra. Este año no hay medusas.