Vimos de lejos ayer a Aznar. Como diría un cronista antiguo, «el expresidente del Gobierno giró visita a Málaga invitado por la Universidad». A Aznar había mucha gente que quería verle los abdominales, pero ahora lo que desea no poca es verle las ideas.

Hay un cierto aznarismo en el ambiente. Pablo Casado, que se reclama heredero del aznarismo o aznarato, puede ganar la guerra civil que mantiene con Soraya. Sería la vuelta, el triunfo de la aznaridad. También parece que en la memoria colectiva de la derecha se agranda el legado de Aznar. Sobre todo, a medida que se compara con el de Rajoy. Aznar trajo prosperidad a España. También sentó las bases de la crisis, de la especulación, de las leyes facilonas para enladrillar los suelos. Nos metió en una guerra injusta y nos enseñó la soberbia, que le asoma por entre la camisa y se le sale por los perniles. Casó a su hija como si fuera una reina. Pero ahí no voy a ser yo quien lo critique, yo también querría casar a las mías como princesas del universo. Pero no en El Escorial, en el Nou Camp. Claro que para eso tendría primero que tener hijas. Casarlas en palacio con honores de presidenta republicana de rico país tampoco estaría mal. Hay quien se deja bigote pero Aznar se está dejando el hueco del bigote, que constituye un destape que tal vez juzguen sexy sus fans de Guadalmina. Los hombres maduros se dejan bigote (lo cual podría ser el título de un relato) pero Aznar para diferenciarse se deja el hueco.

Es un galán maduro aunque con ese quitar pelos no se puede afirmar que se esté desmelenando. Testa uno una cierta gana del expresidente por volver a la política activa. Aznar quería ser Azaña pero se tuvo que conformar con ser presidente de una de las Castillas, ni siquiera la Castilla de don Manuel, que era alcalaíno. Cuando presidió España quiso ser Bush. Ahora querría ser Pablo Casado. No cabe duda de que sus ambiciones son cada vez mayores.

Aznar dijo a los periodistas que no va a «hacer un Zapatero», cosa que nadie entendió pero todo el mundo entendió. Queda bien en un titular y hace daño, con lo cual es apta como frase que ha de salir de la boca de un prócer. Se refería a que no iba a tomar partido por ningún contendiente pepero. Esto es como el cuento del rey desnudo. Todos vemos la camiseta que lleva menos él, que se cree que lleva un maillot de neutral.