Málaga se encuentra entre las ciudades con una población continuada más antiguas de Europa. Fundada por los fenicios en el siglo VIII a. C. y habitada desde entonces, por aquí han pasado de invasión o de excursión prácticamente la totalidad de las culturas y civilizaciones más señeras; la ciudad de la diosa de la noche (que es lo que significa su nombre) se ha empapado de muchas formas de ser y de estar, y si bien somos comerciantes fenicios por encima de todo, nuestra mayor influencia es la romana, muchas veces oculta tras nuestro pasado árabe, de gran peso también pero probablemente exagerado por la visión que tenían de nosotros los viajeros ingleses y franceses que nos visitaron en el siglo XIX, los cuales fantaseaban con un orientalismo andaluz de postal que poco se corresponde con la realidad y que, curiosamente, se nos ha fijado en la idea que tenemos de nuestra propia cultura. Si unimos el topicazo de los bandoleros y la ciudad de las mil tabernas y ninguna biblioteca, ya tenemos el cóctel ideal para emborracharnos con un legado que no se corresponde con lo que fuimos ni nos deja contemplar lo que somos. Por eso, es algo muy sano que personas que conocen bien Málaga escriban sobre su historia, y si lo hacen documentándose con rigor y alejándose lo más posible de ese otro extremo que es la grandilocuencia vacía de «esta es la tierra más bonita del mundo», podemos disfrutar al conocer episodios de lo que pasó aquí que nos pueden hacer entendernos mucho mejor. Y desde luego, Un invierno en el paraíso de Lola Clavero es un ejemplo excelente de ello.

La autora de esta novela, lejos de caer en lugares comunes, nos presenta una Málaga del siglo XIX plena de contrastes, con sus cosas buenas, malas y regulares. Centrada en la figura del pintor valenciano afincado en Málaga Bernardo Ferrándiz, impulsor de la llamada Escuela malagueña de pintura, nos presenta un mosaico de la sociedad de la época en el que los personajes son ante todo personas, y este para mí es uno de los mayores logros de Un invierno en el paraíso, pues cuando alguna vez he intentado acercarme a creadores como Muñoz Degrain, José Denis Belgrano, Enrique Simonet, Horacio Lengo, José Nogales o José Moreno Carbonero, siempre me he encontrado bien un ramillete de biografías tiesas y almidonadas o bien un desprecio socarrón a una escuela aburguesada y ramplona; Lola Clavero sortea con habilidad esa disyuntiva y nos lleva a los desvelos y afanes de un grupo de excelentes artistas, al tiempo que nos sumerge en una ciudad de gran pujanza económica por aquel entonces, con una burguesía satisfecha de sí misma, resistente a los aires nuevos que pretendía introducir Ferrándiz en la ciudad y a la par su mecenas, con los lógicos tira y afloja de una relación muchas veces complicada y contradictoria. Y así, estos hombres que el tiempo ha convertido en rótulos fosilizados de las calles de la ciudad se hacen cercanos y cómplices, y a través de las páginas de Un invierno en el paraíso seguimos sus vicisitudes con interés creciente, hasta contagiarnos del deseo de cambio de Ferrándiz, culminado en las últimas páginas con la aparición de un pintor que lograría lo que muchos intentaron: romper muchos esquemas sin dejar de comprender y aplicar la gran tradición que tenía detrás. Y bueno, aquí me callo ya, que hablar sobre un libro sin intentar desvelar (casi) nada de su argumento y trama es una tarea difícil, pero no quiero restaros el estallido de placer lector que supone recorrer sus páginas. Ni sobra ni se echa de menos nada en Un invierno en el paraíso, en mi opinión una de las mejores novelas históricas ambientadas en Málaga que he leído.

Finalmente, me atrevo a recomendaros que, tras leer la novela, os acerquéis a visitar el Museo de Málaga para ver obras de Ferrándiz y sus discípulos. Ah, y la próxima vez que vayáis al Teatro Cervantes, mirad hacia arriba, por favor: la pintura del techo es creación suya, en colaboración con Muñoz Degrain, que hizo el fondo. La Alegoría de la Historia, Industria y Comercio de Málaga, que es como se titula el lienzo, es un espléndido resumen de los anhelos de una ciudad mercachifle, fenicia y abierta al mundo.