Hay un refrán inglés que reza «Birds of a feather flock together». Equivale al castellano «Dios los cría y ellos se juntan» y sienta como un guante al británico Boris Johnson y al estadounidense Donald Trump.

El primero es, por supuesto, mucho más culto -estudió en las elitistas Eton y Oxford, y eso siempre marca. Trump sería incapaz de recitar a nadie en latín o escribir, pongamos, una biografía de Andrew Jackson, su racista antecesor, como Johnson la ha hecho con su ídolo Winston Churchill.

Pero se trata en cualquier caso de dos grandes narcisistas que recurren continuamente a la más cruda demagogia para conseguir sus objetivos sin que les importe cuántos cadáveres - metafóricamente hablando, por supuesto- queden por el camino.

Ambos parecen convencidos de que en una época dominada por la burocracia y los tecnócratas, los ciudadanos agradecen a quienes emplean un verbo directo y creen poder confiar más en ellos.

Pero Boris y el Donald dividen, polarizan, provocan. Crean realidades paralelas de las que uno no sabe muy bien si están ellos mismos convencidos o, lo más probable, forman parte de una cínica estrategia para atrapar como moscas a quienes les escuchan en una telaraña de mentiras y medias verdades.

Ambos son auténticos showmen en nuestra sociedad del espectáculo (Guy Débord dixit): mucho más payaso y divertido en sus excentricidades, el británico; insufrible, el norteamericano en su soberbia y total falta de sentido del humor -, pero peligrosos uno y otro por su total desprecio de la verdad.

El Donald llegó al Gobierno con la promesa de defender a la empobrecida y cada vez más insegura clase media - en aquel país cualquier trabajador se considera clase media - y ha hecho justamente lo contrario: ha beneficiado tan sólo a sus amigos extremadamente ricos y desde que está en el poder, no ha dejado de crecer la desigualdad social en su país.

De Boris, que sólo como columnista del Daily Telegraph, el influyente diario conservador que tanto le apoya, ingresa al año 275.000 libras, no cabe esperar otra cosa : sus mayores beneficiarios serán los multimillonarios que financiaron la campaña del Brexit y que en muchos casos tienen por cierto su dinero a buen recaudo fuera del país.

Partidario de negociar con todos desde una posición de fuerza y sin distinguir entre aliados o enemigos, Trump quiso desde el primer momento dividir a los europeos. De ahí su decidido apoyo público a Boris y al Brexit: nos guste o no, la salida del Reino Unido de la UE debilita a las dos partes.

Promete ahora el Donald recompensar al nuevo premier británico con un «gran acuerdo» comercial -¿qué no sale de su boca que no sea «grande» o «extraordinario»?-, si finalmente abandona sin acuerdo la Unión Europea tras más de cuatro décadas de siempre conflictiva pertenencia a ese club.

Pero hay quienes advierten ya a Boris que no confíe demasiado en las promesas del presidente del America First (América primero) porque éste tratará sólo de sacar de su «relación especial» las mayores ventajas posibles para su país y, por supuesto, para sus futuros negocios.

Los incondicionales del líder tory creen que, por difícil que parezca la tarea, su Boris es que necesitan los británicos en momentos tan difíciles: un dirigente nada convencional, que llegó al poder con métodos poco convencionales, pero capaz de arrastrar tras de sí al país como hizo en otro momento crítico Churchill con su famoso discurso del «Sangre, sudor y lágrimas».

Sus detractores temen, sin embargo, que si se empeña en su objetivo de sacar como sea a Gran Bretaña del club europeo, es decir sin que medie un acuerdo con Bruselas, pudiera muy bien convertirse en el último primer ministro del Reino Unido.

Escocia, y quién sabe si también Irlanda del Norte, que rechazaron mayoritariamente el Brexit, podrían verse entonces tentadas a abandonar la Unión para seguir en la UE. ¿Y quién sería entonces el último en reír?