Hay dos perspectivas nuevas en Málaga. Quizá efímeras. Una de ellas es la fuga para la mirada que se ha producido tras el derribo del edificio de los antiguos cines Astoria y Victoria, en el antes cierre hacia la calle Mundo Nuevo de la plaza de la Merced; el rincón, quizá, más literario de la ciudad. Para quienes hemos sido niños en Málaga y hemos «subido» al centro desde los barrios del otro lado del Guadalmedina, como habitantes fascinados por superar semejante frontera sociogeográfica, ese derribo ha generado una dimensión completamente nueva por la que asomarse a la ciudad. La otra perspectiva a la que me refiero en esta página de sábado es la de la nueva pintada que apareció ayer en la fachada lateral de la iglesia de Santiago. Una fachada que estaba recién restaurada de suciedad y de la manifestación de prehistoria mental que algunos homínidos -como diría el gran Alfonso Vázquez- demuestran firmando su ególatra idiocia sobre tan sensible pared urbana...

PLAZA

En una de las columnas que este periódico generosamente me permite publicar desde hace dos décadas, opté por pedir el derribo de lo que quedaba del Astoria. Me permití, seguramente sin limitar racionalmente mi osadía, proponer en el hueco dejado por el edificio una especie de escultura urbana en bronce quemado, de muy bajo impacto visual, y que también sirviera como sostén a una pantalla de cine de quita y pon para las noches de verano en plena plaza, ángulo clave en la alfombra roja del Festival de Málaga. Recuerdo la reconvención que se me hizo al respecto desde parte de la oficialidad de la arquitectura malagueña. La advertencia técnica que se me hizo era clara: a la plaza de la Merced le hacía falta el cierre que ese edificio le proporcionaba. Si el derribo en algún momento se producía debía ser para construir otro edificio nuevo que volviera a ejercer esa función de cierre para que la plaza no perdiera su naturaleza estructural. Ya veremos...

HONOR

La plaza de la Merced es la plaza de la antigua iglesia que le da nombre, la plaza de la casa natal de Picasso, la plaza de las Casas de Campos y la plaza de Torrijos y de sus hombres ajusticiados al amanecer. De sus hombres, aunque no del soñador británico Robert Boyd, que se embarcó contra el absolutismo con ellos. Boyd no está enterrado bajo el obelisco central de la plaza, sino en el romántico cementerio inglés de Saint George, cerca de la plaza de toros de la Malagueta. He hablado alguna vez de la última carta de Torrijos a su mujer, a propósito, escrita antes de ser fusilado, que se puede leer en el Ayuntamiento de Málaga. No me sustraigo a recordar ahora aquí parte de una de las que escribió el joven Boyd en igual trance, la que le escribió a su amigo William:

CARTA

Málaga, Convento del Carmen, 10 de diciembre de 1831. Medianoche...

Mi muy querido William: Las tétricas noticias que esta carta incluye te las confío a ti de forma que lleguen a mi querida y venerada madre de la mejor manera posible. Antes de que recibas esta carta yo me estaré pudriendo en mi tumba en tierra extranjera. Los preparativos para el ajusticiamiento siguen su curso con presteza a mi alrededor; y mientras estoy sentado con cadenas entre mis sufridos compañeros en el refectorio desde el que te escribo, heraldos de muerte, vestidos con ropaje de tumba, revolotean a mi alrededor, ¿agonizando?, según los españoles, los pobres diablos ante la confesión... Gracias a Dios estoy tranquilo y perfectamente resignado... Piensa en mí en alguna ocasión, ya que a mí en este momento sólo me pasa por la cabeza el dolor que les supondrá esta noticia a mis adorados hermanos y hermanas. Vaya para ellos mi último abrazo y, si acaso llegan a sus oídos los avatares de mi vida, ojalá olviden mis locuras de otro tiempo con el pensamiento de que yo salí en defensa de algo para mí preciado, y no hay ni la más mínima sombra de deshonor en la muerte de vuestro hermano. Él es un hombre afortunado. Su vida ha llegado a su término. Para él ya no existe el futuro. Su vida fue limpia, clara; sin mancha fue y siempre lo será... Él ya está lejos, más allá del deseo o del miedo. Ya no estará sometido al azar o al cambio de inestables planetas. ¡Ay, él ya está en paz!

Mi último y más cariñoso abrazo para mi madre. Adiós. Tuyo por siempre. Con afecto...

IDIOTA

Ante tanta gloria y romántica determinación del siglo XIX, que un idiota del siglo XXI tenga la vanidad de imponer su firma emborronando una pared recién restaurada con dinero de todos, y que a ese garabato el mahara le llame seguramente grafiti e incluso quizá lo defienda como expresión de libertad, de la misma libertad por la que él sólo ensucia una pared y el joven que escribió esa carta deliciosa dio su vida, si te duele tu ciudad, te cabrea mucho... Porque hoy es sábado.