Decidí permanecer escondido hasta que los agentes se marcharan. No habían transcurrido ni cinco segundos cuando la calva del policía apareció en el rellano de la escalera. Miró la pantalla de su móvil y luego a mí.

—Sí, es él. Tenías tú razón —dijo hacia su compañera.

Se presentaron como la agente Marta Delgado y el agente Millán. Querían hacerme unas preguntas, si no tenía inconveniente, aunque no dijeron exactamente sobre qué.

—Claro que sí —dije—. ¿Ha pasado algo?

Ninguno de ellos contestó. Abrí la puerta de mi apartamento y Louise se frotó, zalamera, contra mi pantorrilla. Dejé la bolsa sobre la mesa del salón y la cogí contra mi pecho.

—¿Vives solo? —me preguntó el agente Millán.

Tenía una calva redonda y brillante. Y barba. Si no fuera por ese detalle, pensé, sería igual que Vic, el protagonista de The shield, una de las mejores series policiacas que he visto. El tipo era un poli corrupto, pero en el fondo sólo quería lo que queremos todos: sacar adelante a su familia. Tenía un hijo autista y una amante. La serie profundizaba en varios de los personajes, todos policías, y sus conflictos. Pero no era una serie de buenos y malos. Eso era lo que más me había gustado. Y el ritmo. Desde los créditos iniciales, acompañados por unos acordes roqueros, ya estaba enganchado. No estaría mal volver a verla para el proyecto del asesino, pensé. Se lo comentaré también al final de la clase.

—¿Han visto The shield? —pregunté.

El calvo me miró como si tuviera problemas de comunicación.

—Te he preguntado si vives solo...

—No. Vivo con mi pareja, Aura. Y Louise, esta preciosidad.

Estaba nervioso. Intenté volver a coger a la gata y ella se escabulló debajo del sofá. Siempre ha sido una arisca.

—En tu página pone que eres escritor. Y guionista —dijo la agente Delgado.

Ella también se parecía a una de las policías de la serie. No fui capaz de recordar su nombre. Era la amante de Vic, pero también flirteaba con un inspector que se llevaba a matar con Vic. Un triángulo de lo más interesante para cualquier narración. La poli quería presentarse al examen de sargento y su conflicto tenía que ver con que era la única patrullera entre tanto poli súper macho. Bueno, su compañero era gay, y negro, pero eso ella no lo sabía. Lo de gay. Estaba ambientada en un distrito ficticio, con un alto índice de delincuencia, de un Los Ángeles multirracial donde los latinos empezaban a despuntar. Esto también me había gustado. De verdad, la serie estaba muy bien escrita.

—De algo hay que trabajar —respondí—. La serie es un poco antigua, está grabada en cuatro tercios y no es Utra HD, pero es muy buena.

Estaba tan nervioso que me costaba focalizar.

—Siempre me he preguntado si los polis ven series y películas de polis —continué—. Qué pensarán cuando las ven, si estarán llenas de estereotipos como las pelis de escritores.

—¿La escribiste tú? —bromeó el agente Millán.

Lo de guionista lo había puesto en mi currículum porque había escrito el tratamiento de una serie con un amigo que trabajaba en una productora y, como casi todos los que trabajan en el mundo del cine, hagan lo que hagan, quería ser director. Todos sus amigos productores, incluida la productora en la que trabajaba, nos habían dicho que no. Así que ni siquiera habíamos llegado a escribir el guión del capítulo piloto.

—Colaboré en algún episodio —mentí. La serie era de la primera década del 2000; la tendría que haber escrito con quince años—. Hoy, con internet, se pueden hacer maravillas.

—Por eso estamos aquí —dijo el agente Millán.

Desde que habíamos entrado no habían parado de husmear. Como el apartamento era bastante pequeño se me ocurrió una metáfora horrible, la verdad: eran como dos electrones moviéndose en el núcleo de un átomo alrededor de un protón, que sería yo. Imposible de poner en el papel.

—¿Y qué quieren saber? Si puede saberse.

Nada más decirlo pensé que me podía haber ahorrado el juego de palabras, pero estaba tan nervioso. La agente Delgado esbozó una sonrisa.

—¿Dónde estuviste anoche?

—Aquí.

—¿Toda la noche?

—Cené con mi chica y...

—¿Y?

—Discutimos. Cosas.

—¿Por? ¿Solís discutir a menudo?

—Bueno... —me rasqué la cara mientras buscaba la palabra— es celosa. Y no sé...

La agente Delgado me mostró en su pantalla una foto de Facebook. Éramos Fede, las estudiantes de español y yo en el Carpintero.

—Han denunciado la desaparición de esta chica.

—Pensé que tenían que pasar veinticuatro horas... —bromeé.

—¿Veinticuatro horas de qué? —preguntó el agente Millán desde el cubículo de la cocina, al otro lado de la barra—.

¿Puedo? —volvió a preguntar con una mano en la puerta del frigorífico.

—Claro —dije.

Tenía que tranquilizarme. No tenía nada que ocultar. Yo no había hecho nada, pensé. Excepto por lo del sobre ¿ensangrentado? en el bolsillo interior de mi chaqueta. ¿De qué podían acusarme? El agente Millán abrió la puerta del frigorífico y echó un vistazo rápido a su interior. Cogió una lata de Amarillo Atómico y, como si estuviera en su propia casa, la abrió, tomó un sorbo y la dejó sobre la barra de la cocina que nos separaba.

—No puedo resistirme. Es la última, deberías comprar. Entonces, estuviste con esas chicas antes de venir a discutir con tu chica, ¿no es así?

—Sí.

—Y ya no volviste a salir. Hicisteis las paces y te quedaste en casa.

—Sí, podría decirse.

—¿Podría decirse?

—No hicimos las paces.

La agente Delgado soltó una risotada.

—Tampoco hace falta que nos des esos detalles, Mayo. Y esta mañana has ido a trabajar a la librería, como todos los días. ¿Ha pasado algo especial que quieras contarnos?

—Bueno, me han despedido.

—¿Ah sí? —dijo sin ninguna empatía— Algo nos han contado.

Es lo mismo que Vic habría hecho: ir a la librería. Si tenían mi Facebook, era fácil averiguar que trabajaba allí. ¿Les habría dado Pilar mi dirección? ¿Qué les habría contado? Respiré hondo.

—¿Y qué más guiones has hecho? —preguntó el agente Millán.

—Ninguno —fingí una pena que no sentía—. Después de aquella serie, no encontré ningún proyecto que me interesara. Así que preferí escribir novelas.

No podía callarme. Mi boca había decidido desentenderse de mi cerebro. El agente Millán dio un largo trago a su Amarillo Atómico, hasta terminar su contenido. Luego, hizo un gesto a su compañera.

—Nos gustaría que nos acompañaras a la comisaría. Si no estás muy liado...

El reloj del salón marcaba las 12:57. Así que era verdad, la estudiante de intercambio había desaparecido. Yo tenía, en el bolsillo interior de mi chaqueta, un sobre ¿manchado de sangre? con 842 € (me había gastado 158 en un abrigo para Aura) y una bolsa de plástico con un mechón de pelo. Dos agentes de policía, idénticos a los de aquella mítica serie, The shield, al margen de la ley (ese era el subtítulo, lo recordé en ese momento, como si tuviera alguna importancia), me invitaban a acompañarles a la comisaría. Y, en breve, recibiría la videollamada de un tipo que decía ser el asesino del Guadalmedina, que era antiguo alumno mío y quería que escribiera su historia. Y este tipo, asesino o no, estaba dispuesto a pagarme mucho dinero. No soy creyente, pero recuerdo que pensé que sería genial que existiera una entidad superior a mí, capaz de decidir mi destino.

  • ¿Qué te gustaría que hiciera Mayo a continuación?