El próximo presidente de EEUU, el demócrata Joe Biden, se ha apresurado a anunciar su intención de «curar el alma» de un país profundamente dividido por su predecesor, Donald Trump.

Escribí ya en anterior columna que «el alma de EEUU» es el dólar - ´En Dios confiamos´, dice su moneda-, y, a juzgar por sus primeros nombramientos, no parece que eso vaya a cambiar mucho.

Con alguna excepción, Biden ha nombrado para su próximo equipo a viejos colaboradores, veteranos políticos del ´establishment´ demócrata, tan bien conectado con Wall Street y el Pentágono y contra el que ha luchado en vano su ala progresista, la de Bernie Sanders y Alexandria Ocasio-Cortez.

Así, por ejemplo, la política propuesta para dirigir el Departamento de Defensa, Michèle Flournoy, ha fundado o figurado siempre en laboratorios de ideas próximos al Pentágono, del que en su día un alto cargo, como el Centro Estratégico de Estudios Internacionales o el Boston Consulting Group, entre otros.

En un artículo para el Centro para la Seguridad Americana, Flournoy abogaba por estrechar los lazos entre el Pentágono y las compañías tecnológicas de la costa oeste de EEUU, que por cierto nunca han tenido reparos en colaborar con el Gobierno.

´America is back´ (América ha vuelto), declaró triunfante Biden al presentar a su equipo. Como queriendo señalar que los casi cuatro años de presidencia errática y despótica de Trump han sido sólo una aberración en la historia de EEUU.

Sin embargo, setenta y cuatro millones de votos, que son los conseguidos por el gran embaucador de la Casa Blanca, no son poca cosa, sobre todo con un Partido Republicano que parece habérsele rendido por su indudable capacidad de movilización del electorado.

Como escribía el otro día el senador demócrata Bernie Sanders, «Trump miente todo el tiempo, pero tal vez la mentira más descabellada sea decir que está del lado de la clase trabajadora» cuando «incorporó más multimillonarios a su Gobierno que ningún otro presidente en la Historia».

Sin embargo, a juzgar por los resultados de las últimas elecciones, buena parte de la clase trabajadora norteamericana todavía cree que Trump está de su lado y éste habría triunfado seguramente una vez más sin el coronavirus.

¿Por qué ocurre eso?, se preguntaba retóricamente Sanders.

«En un momento en que millones de estadounidenses viven con miedo, han perdido el trabajo por culpa de injustos acuerdos internacionales de comercio y no ganan más - inflación descontada- que hace 47 años, Trump es percibido por sus simpatizantes como ´un luchador´, un tipo duro».

Es decir, como alguien que no teme enfrentarse solo a un mundo del que el estadounidense medio, que es el que le ha votado abrumadoramente no sólo una sino dos veces, lo ignora todo pero que se le antoja profundamente hostil a sus intereses.

´America ha vuelto´: ¡perfecto si significa sobre todo que Washington se propone regresar con la próxima presidencia a las instituciones y pactos multilaterales irresponsablemente abandonados por su antecesor!

Pero los demócratas tienen al mismo tiempo una importante tarea que acometer dentro del propio país si quieren volver a ganar sin el espantajo en el horizonte de un nuevo Trump.

Deben tener la valentía, escribía Sanders, de «enfrentarse a los poderosos intereses económicos que llevan décadas en guerra con la clase trabajadora estadounidense».

No sólo con la palabra, sino también con los hechos, «los demócratas deben demostrar el fraude que representa un Partido Republicano haciéndose pasar por el representante de las familias trabajadoras».

Y Sanders concretaba en su artículo a qué poderosos enemigos se refería: «Estoy hablando de Wall Street, de las farmacéuticas, del complejo industrial militar, del negocio de las cárceles privadas(?)».

Aunque Biden se lo propusiera, algo harto improbable, dado el peso del establishment del partido y su propia trayectoria, iba a tenerlo muy difícil por la relación de fuerzas en el Senado, donde los republicanos podrían conservar en enero su mayoría y bloquear proyectos de ley y eventuales nombramientos.

De ahí que el próximo presidente intente tal vez formar un equipo que no suscite demasiado rechazo entre los republicanos, incorporando incluso a algunos del ala más moderada del partido rival por más que ello signifique enajenarse al sector más progresista de los propios demócratas.

Si, obligado tanto por sus propias convicciones como por las circunstancias, Biden no demuestra su voluntad de enfrentarse a las instituciones que tan generosamente han venido financiando a los demócratas, se estará allanando el camino para la elección en 2024 de «otro autoritario de derechas».

Y quien siguiese entonces a Biden podría ser incluso peor que Trump, si es que éste no opta por tomar la revancha y presentarse una vez más. Porque sería menos infantil y vanidoso que el Donald, pero habría aprendido mucho de él y sería más avieso y maquiavélico.