725 PALABRAS

Palabras y más palabras

Juan Antonio Martín

Juan Antonio Martín

Con el presente artículo arranca el décimo segundo año de edad de esta columna, y diríase que fue ayer. A cuestas, más de cuatrocientas diez mil palabras guardadas en el cofre de la memoria y aquí sigue uno, como cada semana, jaleando a las palabras en lotes de setecientas veinticinco para que de una en una comparezcan ordenadamente para alumbrar ideas, para compartir consciencias, para denunciar torpezas, para aplaudir aciertos, para contar historias..., pero, sobre todo, para escribir, que en mi caso, por propia deformación, es una forma de terapia que inicia con el proceso de, sin idea preconcebida, gestionar el vértigo del folio en blanco.

Desde aquel 9 de mayo de 2012, más de quinientas setenta horas bregando con las palabras, para en cada cita contar algo. Y héteme aquí, volviendo a empezar, como cada semana, deambulando por el monte Parnaso que es donde moran las musas. La paciencia es la madre de la ciencia y en base a ello en no pocas ocasiones las musas vinieron a mi encuentro para alumbrarme las veredas por las que transita la inspiración. Las musas son generosas, aunque, a fuer de sincero, alguna vez llegaron pasadas de vueltas... Recuerdo una vez que Calíope, la musa de la lírica, vino a verme y para motivarme me recordó el Responso a Verlaine, de Rubén Darío, droga dura del modernismo y botón de muestra de las capacidades barrocas del nicaragüense.

–«Que púberes canéforas te ofrenden el acanto, | que sobre tu sepulcro no se derrame el llanto, | sino rocío, vino, miel; | que el pámpano allí brote, las flores de Citeres, | y se escuchen vagos suspiros de mujeres | ¡bajo un simbólico laurel!».

–¡Vale, vale, Calíope…, no te pases...!

Uno desjuvenece, las palabras no. Las palabras no envejecen, sino que somos los hablantes los que poco a poco o mucho a mucho, por razones de moda o de ahorro de neuronas las vamos olvidando entre los pliegues de nuestra desmemoria, que es donde permanecen atentas y dispuestas para cumplir con su función, que en demasiados casos nunca llega. Incluso «electroencefalografista», que cuentan que es la palabra más larga del DRAE, permanece atenta para salir a escena y cumplir con su misión, que no es otra que la de expresar ideas o conceptos precisos. Quizá algún día escriba sobre el músculo esternocleidomastoideo del turismo y sobre sus electroencefalografistas, que son legión. Obviamente, me refiero a los electroencefalografistas de los electroencefalogramas turísticamente planos. Los otros, los realmente capaces de electroencefalografiar con precisión el esternocleidomastoideo del turismo son muchos menos, infinitamente menos que muy pocos. Un dolor...

Los hablantes, amable leyente, de más en más, por épocas, convertimos algunas palabras en antiguallas por falta de uso, pero, repito, las palabras nunca llegan a ser viejas. ¿Ha alguien visto, si no, un adjetivo chocho o un adverbio senil o un verbo alopécico por senectud o un pronombre parkinsionano o una conjunción afectada de alzhéimer o una preposición con andador por el desgaste de la edad? Me da que no...

El resultado de las ideas es el verdadero «ardor guerrero» del himno de infantería de las palabras que vibran en nuestras voces y en nuestras plumas para henchirnos el corazón, especialmente cuando la intención de cada idea es lograr que el resultado de su acción vaya más allá que el de un menesteroso fogonazo de presente, para convertirse en razones discutibles y, por ende, compartibles y disfrutables más allá de la prisa y de la sinrazón del que vive de la política a base de entregarse a los cócteles combinados de palabras que demuestran la razón de su sinrazón.

Decía Quevedo –creo que fue él– que «las palabras son como las monedas: una vale por muchas y muchas no valen por una» verdad esta que volveremos a votar en pocos días al ritmo de los palabrones hiperbólicos que rememorarán la canción «Vamos a contar mentiras» que en adaptación libre dice: «Ahora que vamos a votar vamos a contar mentiras: Por el mar corren las liebres, por el monte las sardinas. Salí de mi campamento con hambre de seis semanas. Y me encontré con un ciruelo cargadito de manzanas. Empecé a tirarle piedras y cayeron avellanas. Y con el ruido de las nueces salió el amo del peral: Quillo, no le tires piedras, que no es mío el melonar».

Pues eso, palabras y más palabras...