DE BUENA TINTA

Votar en verano

Pedro J. Marín Galiano

Pedro J. Marín Galiano

Votar en verano se me hace tan cansino como el memorable hartazgo electoral que ya padecimos por exceso en 2019 y del que todavía escuecen las agujetas. Votar en verano se me asemeja a la mosca de la tarde, que incide e insiste, persistente, sobre la oreja, los párpados y los anhelos de siesta. Votar en verano es etiquetar con la pegatina del interés particular y no con la del interés general: y servidor de ustedes pasaría, quizá, o no, ni confirmo ni desmiento, de votar si no fuera porque, probablemente, el absentismo propicie más la intención del referido interés personal que la del interés general; y yo, de momento, soy muy del interés general.

¡Oh, hados de la incongruencia!, al final va a resultar que sí que puede ser de interés general votar en verano si lo que queremos es diluir el interés personal de esta perniciosa convocatoria de estío. Cosas más imprevisibles habremos de ver, tanto más saliendo de una racha donde las pandemias, las calimas, el euríbor, y la multiplicidad de guerras con las que el planeta se va asolando aquí y allá nos ha dejado el corazón acostumbrado al desasosiego y a la ruina. ¿Qué nos quedará por ver?, insisto, que diría mi abuela.

Pero a lo que iba, que entre desgracia y desgracia fácil es perderse: votar en verano, le pese a quien le pese, es de mala educación, es inesperado, desafortunado y de lo más ordinario, muy ajeno a las bonanzas del buen gusto y, por supuesto, epicentro indiscutible de la mala praxis política, que usa y abusa interesadamente de la ciudadanía al ritmo que le place y sin pensar que el votante pueda estar descansando, tomándose un pincho de tortilla con la parienta, chapoteando en la playa con los niños, refrescándose los pies en el arrollo del monte, a mil años luz de su colegio electoral o tirado en su sofá porque la coyuntura no le ha dejado disfrutar de unas mínimas vacaciones.

Votar en verano resulta chabacano, tanto más cuando la trama se acerca a los linderos de agosto, un mes que no está para nada, salvo para descansarlo, quien pueda: algunos también lo usamos para cumplir años, cuando nos acordamos. Y es que votar en verano es una triste llamada a la solana infame, a la deshidratación de nuestros mayores y a la muerte coyuntural por intento de voto inmerecido, pues, como digo, a la postre, esos votantes responsables son también los que mueren bajo el sol en el ejercicio cívico de un deber y un derecho impuesto, eso sí, a claro destiempo. Poco importarán entonces las hileras de abueletes derribados a golpe de calor y que, llevando entre sus cicatrices los desaires de una guerra y una posguerra, entienden que hay que votar por encima de todas las cosas, aún cuando algún personaje utilice la convocatoria de esta sagrada potestad en beneficio propio.

¿Qué otra intencionalidad, ¡dime tú, oráculo del buen hacer político!, qué otro horizonte puede perseguir la trama de votar en verano que no sea el personal beneficio, ya ni siquiera partidista, de aquel que convoca una charanga de tal calibre cuando la multitudes, con vacaciones o sin ellas, tienen la absoluta necesidad de evadirse, ¡qué menos que en verano!, del circo político que, de manera implacable y continua, nos avergüenza y nos apaga las ilusiones por un mejor vivir?

Con todo, como diría el Quevedo de Reverte, quizá no quede más que batirse, desenvainar el voto y arrojarlo con odio o con sorna, quizá con desdén, sobre esa urna que no viene por sí sola, sino porque la han puesto.

Quizá, quién sabe, sólo quede votar pensando en que bien pudiera ser que el tiro le saliera por la culata al convocante, no ya por su opción política, que ni me va ni me viene, sino por la gran desfachatez de quebrarle el ritmo a España y cortarle el rollo para venir a hablarle de su libro: un libro que, a estas alturas, ya nadie se cree, puesto que es la gran desconfianza que el autor irradia sobre sí mismo la que, inevitablemente, le hace revolverse en su sillón para venir a vendernos en verano su triste arenga, no vaya a ser que el otoño, tiempo natural de comicios, traiga aquello a lo que el consabido no quiere enfrentarse: españoles con ganas de votar.

Suscríbete para seguir leyendo