Muchos lo ven como extranjero (lo que tal vez le encantaría) pero es tan español como uno de nosotros, solo que de otra parte. Hay en él un ramalazo oscuro y ardiente de visionario del antiguo sueño catalán, al lado del que Puigdemont es un saltimbanqui y Arthur Mas un charlatán. Pero hay también un anclaje en la realidad y desdichas de la clase obrera (aunque solo haga de locutor que las cuenta) lo que le otorga otra solidez. Lo muestra ya todo, sabiendo mirarlo, la propia faz y complexión, con la vista en un país a la vez existente e inexistente, la rotundidad del cuerpo y el centro de gravedad tan bajo que, aunque se banvolee, no sea fácil tirarlo. Como su tiempo político viene de muy atrás y va hacia muy adelante, los pactos a corto son posibles con él si se le respeta. Sánchez acertó y de momento pacificó al Estado, pero Feijóo, si llega, lo intentará igual. ¿Apostamos?.
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