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El Perchel se ha vendido

La realidad es que el cambio es inevitable, y con él vienen consecuencias difíciles para muchos. En un sistema capitalista, el mercado dicta las reglas y el dinero habla más alto

Final feliz para los vecinos de El Perchel tras siete años de lucha

Concentración de los vecinos de El Perchel

Concentración de los vecinos de El Perchel / Álex Zea

Gonzalo León

Gonzalo León

En un mundo donde la verdad se diluye entre tweets de 140 caracteres y la explotación de las desgracias humanas en busca de clics, reconocer la cruda realidad se vuelve esencial.

El Perchel, una vez un barrio pintoresco y hogar de familias humildes, ahora se ve transformado por la vorágine del progreso. Donde antes se alzaban edificaciones con historia y murales artísticos, ahora se erigen impersonales hoteles de ladrillo y calles desiertas al caer la tarde. La esencia del lugar se desvanece ante el avance del dinero y la negligencia de quienes manejan los destinos del barrio.

La desaparición de los adoquines de calle Ancha es solo un síntoma de un problema mayor: la falta de consideración por la identidad y el patrimonio de un lugar en aras del lucro económico. La demolición de los bloques en Ancha y Callejones del Perchel para dar paso a construcciones modernas no hace sino subrayar esta realidad.

Se cuestiona la validez de protestar ante este cambio inevitable. En un sistema capitalista, el mercado dicta las reglas y el dinero habla más alto. ¿Quién tiene derecho a juzgar a quienes compran y venden propiedades conforme a la ley? La crítica al sistema parece más una distracción que una solución real.

Mientras algunos se aferran a un romanticismo irreal sobre la pérdida del Perchel, la verdad es que los edificios en cuestión no poseen ningún valor arquitectónico y se encuentran en avanzado estado de deterioro. Lamentar su demolición es ignorar las verdaderas tragedias que ocurren en la ciudad.

La realidad es que el cambio es inevitable, y con él vienen consecuencias difíciles para muchos. Aquellos que habitaban en los bloques destinados a la demolición se enfrentan a la incertidumbre de perder su hogar. Sin embargo, la ciudad cuenta con sistemas de atención para ayudar a los más necesitados en estos momentos difíciles.

Es fácil debatir sobre el destino de un barrio desde la comodidad de nuestras casas, pero es importante recordar que detrás de cada decisión urbanística hay vidas humanas en juego. Mientras algunos se entretienen con noticias sensacionalistas, otros luchan por encontrar un techo digno donde vivir.

En última instancia, este es un recordatorio de que el progreso no siempre es sinónimo de mejora y que la verdadera grandeza de una ciudad radica en su capacidad para proteger y cuidar a sus ciudadanos más vulnerables. En medio de estos cambios, queda la esperanza de que Málaga pueda encontrar un equilibrio entre el desarrollo y la preservación de su identidad única.

Lo curioso es que hace unos días hemos podido ver en los medios un hecho muy curioso y ha sido la de una performance donde el grupo que aparentemente defendía la integridad del Perchel y la permanencia en sus viviendas se tomaba unas patatas fritas en la mítica peña del barrio con los promotores urbanísticos que van a levantar en ese suelo edificios actuales y modernos. Todos en paz y armonía con sonrisas y cánticos.

Y es que llama la atención que sean precisamente los que enarbolaban la bandera de que El Perchel no se vendía los precisamente celebren la venta.

Esto estaba más que cantado. Y así lo planteamos muchos desde diferentes instancias. Todos ellos con la clásica recepción de insultos, ataques y desprecios públicos a través de mensajes y post en las valientes redes sociales.

Pues la realidad es que El Perchel se vendía, se ha vendido y se seguirá vendiendo. La realidad es que esas familias que allí viven aún van a salir por cuatro duros y que el mercado y la ley mandan. Y que aquello no son viviendas dignas sino un boquete que antes o después caería por su propio peso -nunca mejor dicho-.

Pero lo que también es una realidad es que este asunto se ha ido de madre. Y que son muchos los que se han provechado de este asunto tan duro para intentar sacar rédito político.

Desalojos, casas en mal estado, inmigrantes y un halo de pobreza resultan ser un cóctel maravilloso para hacer una campañita política que dé votos. Y el espectáculo fue, por momentos, dantesco y desolador.

No me imagino a ninguno de los allí presentes usando a sus padres mayores para hacer un espectáculo con el que criticar a la oposición. No se puede usar a las personas para librar batallas que se saben perdidas desde antes incluso de cargar los fusiles. La munición para esta guerra estaba mojada y no iba a estallar. Y así ha sido.

Por eso, el llamamiento quizá deba ser generalizado. Hacia unos para que dejen de usar según qué miserias de manera absurda, partidista e injusta porque, en ciudades con Málaga con el problema que tiene con la vivienda, resulta ridículo y absurdo intentar plantear quimeras utópicas que no van a suceder.

El discurso de que El Perchel no se vende en una capital en la que la vivienda ha multiplicado su precio en dos décadas una y otra vez y en la que cuesta un piso en el Nuevo San Andrés una millonada para lo que realmente es, resulta una falta de consideración hacia la ciudadanía a la que va dirigido ese mensaje. La gente no es tonta. Y vender falsos futuros en la ciudad que va aventajada en ese caso con respecto al 90 por ciento del país resulta desesperante.

En Málaga, por desgracia, sabemos lo que es el mal llamado progreso. Sabemos lo que es estar de moda, ser puntera y concentrar el interés de muchísima gente. Lo sabemos porque lo padecemos. Porque es inviable comprar una casa para la gran mayoría. Porque alquilar una vivienda digna resulta un imposible y porque, cada vez más, vemos a diario a familias viviendo con sus padres y abuelos en un tapón generacional que nos va a pasar factura. Por eso, cuando te topas con la cantinela de que nosequé trozo de barrio no se va a vender, con según qué perfiles de personas y con unas injusticias que al lado del día a día de la mayoría resultan una anécdota más, llega a generar rechazo más que empatía.

Podéis seguir viviendo en la utopía, levantando el puño en alto y gritando por los demás. Pero está llegando a un punto en el que, el día menos pensado, la gente normal; la gran mayoría, dirá claro y fuerte: mirad chavales, para defenderme así, mejor no os metáis en nada.

El Perchel se ha vendido. Y no pasa nada. No ha sido lo primero ni será la último. Y aquello, por cierto, no tiene el más mínimo valor, ni sabor ni belleza. Que todo hay que decirlo.

Viva Málaga.