Opinión | Marcaje en Corto

Liebres que se te suben a las barbas

Los ganadores de la XXXIII Media Maratón que se ha celebrado en Málaga.

Los ganadores de la XXXIII Media Maratón que se ha celebrado en Málaga. / Fran Extremera / LMA

Fue lo que ocurrió ayer. Pero pasa más veces de lo que uno imagina. Al contrincante en una prueba, en cualquier desafío que te ponga la vida, no se le debe minusvalorar. Porque hasta el colista ya descendido puede darle la vuelta a la tortilla y destrozar todas las apuestas. Pero esta vez no hablaremos de fútbol. Ni de política, aunque también pueda ocurrir.

Ayer en el estadio Ciudad de Málaga, con motivo de la media maratón, la liebre casi se les subió a las barbas. Porque hay liebres a las que pagan los fondistas para mejorar marcas. Y te hacen los diez primeros kilómetros para dejarte con la lengua fuera, pero muy cerca de tu mejor marca personal.

Son atletas con capacidades, pero sin tanto fondo como tú. Les pagas para que te hagan ese trabajo sucio, el de desfondarse por ti. Cortan el viento, cuando hace aire. Te abren paso y tú bien resguardado a su estela. Son capaces incluso de saludar a los que saludan, si hace falta. Todo por ti. Para ti. Pues la foto no será para la liebre, generalmente.

Ayer sin embargo casi se les sube a las barbas. Lo de menos es el nombre. Porque lo que traemos a esta contraportada es la metáfora de una vida. De muchas vidas. De quienes hacen el trabajo sucio para que luego el líder salga en la foto. Reparta el botín, sí. Porque el premio es compartido. Sin embargo, la liebre no suele posar.

Ayer, sí. El tercer clasificado de la media maratón de Málaga no estaba previsto que saliese en la foto. Nadie lo esperaba tan pronto. Ni siquiera lo esperaban en meta. Cubrió el expediente. Se desfondó a toda velocidad camino del puerto de la capital malagueña. Y se sintió fuerte. Se sintió cómodo. Poco a poco empezó a cambiarle la cara. De repente los rasgos de liebre tornaron de león. Desafió a su líder. A su jefe. Al que le pagó.

Y tiró hacia la meta. Con toda su fuerza. Con la gasolina que le quedaba. Más de la que imagina. Y divisó de lejos la meta del estadio. Yo puedo, se dijo. Tú qué haces aquí, le dijeron los dos llamados a disputarse el triunfo.

La liebre se tornó león. Desafió la hegemonía. Hay liebres, como digo, capaces de convertirse en gacelas. O en leones. Ocurre cuando menos te lo esperas, como lo de que el colista asalte al líder y rompa todas las quinielas imaginables, hasta las que completa el ordenador de manera aleatoria.

Ayer la liebre quedó tercera, pero a un suspiro del segundo peldaño. Palabras mayores era conquistar la victoria. Después de 21 kilómetros y pico de duro esfuerzo, su sonrisa fue la más amplia que se recuerda en una meta. Desafió en alegría a un corredor, según dijo la organización de la prueba, que lleva diez ediciones terminando la prueba con el mismo tiempo. Este caso merece un estudio aparte, porque lo imagino algún que otro año esperando a la entrada del estadio de atletismo, después de sentirse cómodo e ir como liebre a toda velocidad, a que el cronómetro marque el tiempo de siempre.

El atletismo es un deporte noble. Salvo que saques codos donde no debes. Que a algunos no les sienta bien el dicho de que correr es de cobardes y parece que tienen que ir de valientes en cada curva. Es noble, por lo general. Salvo que te sientas león a mitad de recorrido. Y dejes de ser liebre. Y el noble que eras tú pasa a desafiar al líder.

Fueron felices y comieron perdices. O arroz con conejo. O un plato vegano, que habría que readaptar el dicho. Terminaron contentos, primero y segundo, pero un poco más y se los come la liebre. Convertida en león. En león de los que hacen historia. De los que nunca salen en la foto, hasta que sacan la cabeza. Y se convierten en héroes. Pasando a la eternidad. Barnabas Kipkoech Kosgei nos representa. Dejó por un día de ser liebre. Fue lo que le ocurrió ayer.