Opinión | 725 PALABRAS

De sopetón

«Nacemos por casualidad, vivimos por inercia y morimos por accidente», dijo Sartre

John Lennon.

John Lennon.

El título ha llegado solo y, con él, no puedo dejar de recordar a mi abuela materna, una mujer declaradamente de su tiempo, sumisa y entregada, que todo lo vivía «de sopetón». Toda su vida, contaba ella, era una demostración fehaciente de lo impensadamente, de lo imprevisto. Por más que trataba de organizarse y prever los acontecimientos, éstos siempre terminaban atropellándola, hasta el punto de que, a partir de un determinado momento, acepto lo que ella, a su manera, denominó «sus designios», que según defendía eran inmutables. De sopetón se acordaba de algo, de sopetón se encontraba con los vecinos equis, ye o zeta, de sopetón sentía sed, con las posteriores necesidades naturales de desbeber... Mi señora abuela, de nombre Gracia por decisión de sus señores padres, mis bisabuelos a los que nunca conocí, asumía y ejercía el papel protagonista de la reina del sopetón en toda su extensa realidad.

La verdad es que, observada con atenta mirada ancha, el vallis lacrimarum de nuestra existencia, la de los sapiens menos sapientes del Universo, es un cúmulo de «sin quereres» y de «sin pensares». O lo que es lo mismo, un cúmulo de casualidades y causalidades con resultados imprevistos, a veces milagrosamente vivarachos y a veces fatídicamente mortecinos. «Nacemos por casualidad, vivimos por inercia y morimos por accidente», dijo Sartre, lo cual, además de darle cancha ancha al sopetón, no es poco, sobre todo por venir de quien viene el aserto.

Así, de sopetón, por ejemplo, la semillita de papá fecunda al gameto de mamá y, entre ambos, sin pedir permiso, por arte y oficio de la Naturaleza en estado puro, nos inventan a cada cual como seres individuales y únicos, conminados a nacer a plazo fijo que, no me cabe la menor duda, es la acción más indeseada para el naciente. Si llegado el momento nos dieran a elegir entre nacer o no nacer, ninguno naceríamos. Para qué nacer si mamá nos acoge y regula nuestras constantes, mamá nos alimenta y calma nuestra sed, mamá respira para nosotros, mamá, por los caminos más sutiles de la Madre Naturaleza, nos acompaña en un viaje cuyo destino, de sopetón, se vuelve grave, estrepitoso y, lo que es peor, nos roba la placidez desde el instante uno. Nacer, que no es un viaje placentero, en primera instancia nos complica la existencia, nos roba la ingravidez y nos empuja a ser subjetivamente autónomos. Nacer es un severo castigo para seres que, por naturaleza, preferimos que uno, alguno o todos los que nos rodean se ocupen de nosotros.

En política, por ejemplo, los políticos que viven de serlo, con astuta recurrencia aluden a la complejidad de su oficio y, aun sin verbalizarlo nítidamente, se refieren a las realidades cambiantes de sopetón, pero la realidad es que el concepto «de sopetón» solo accidentalmente existe en la política moderna. Los avatares políticos más que realidades que aparecen de sopetón son situaciones cocinadas minuto a minuto, a fuego lento, durante periodos más o menos extensos. Valgan, si no, los ejemplos de los dos casos más vergonzantes actualmente en boga, léase la Operación Delorme, también denominada Operación Koldo y la Operación Brody, en este caso denominada Operación Rubiales, por ejemplo. En ambos casos, no se trata de lodazales nacidos de la espontaneidad harta de copas, sino del resultado estratégico de interesadas delicatesen monetarias pensadas y puestas en marcha con fines estrictamente personales o corporativos, de carácter más o menos abultado y falseado y espurio.

En otros oficios menos pragmáticos y más sensibles, la inmediatez propia de las realidades que se manifiestan de sopetón, son parte conformante del secreto y de la magia de los propios oficios. Así, por ejemplo, sospecho que la expresada complicidad sensible entre Platero y Juan Ramón Jiménez, y viceversa, ocurrió de sopetón, en algún momento previo al primer derrame de tinta del Nobel de Moguer sobre el primer folio en blanco de la que terminó siendo su obra maestra.

La sutileza de la inspiración sí que es un designio que llega de sopetón; es decir, por más que nosotros la busquemos, ella comparece cuando corresponde, que seguro fue lo que le ocurrió a John Lennon con Imagine, esa imperecedera genialidad musicada que más que una canción terminó siendo un verdadero himno en el que caben y siempre cabrán todos los colores, todos los credos y todas las banderas bien entendidas.