Opinión | Tribuna

Adiós a las armas

En 1929, Ernest Hemingway publicaba su novela ‘Adiós a las armas’, en la que narraba la historia de amor del oficial estadounidense Frederick Henry con la enfermera inglesa Catherine Barkley en la Italia de la Primera Guerra Mundial, contienda en la que el propio escritor estadounidense había participado como conductor de ambulancias voluntario en el ejército italiano, por lo que se trataba en gran medida de una novela autobiográfica. Esta novela fue llevada al cine en dos ocasiones: en 1932, por Frank Borzage, con Gary Cooper y Helen Hayes como protagonistas; y, en 1957, por Charles Vidor y John Huston, con Rock Hudson, Jennifer Jones y Vittorio de Sica.

Entre 1929 y 1932 se realizaron en Hollywood numerosas películas de corte pacifista porque se intuía -como así fue- que podría sobrevenir otra guerra. Sin embargo, la crítica de la época quiso ver en la película de Borzage la historia de un desertor, cuando en realidad no lo era, y no un alegato pacifista opuesto a la guerra. Por el contrario, se difundía entonces entre la opinión pública la idea de que había que rearmarse para estar preparados ante el nuevo conflicto que parecía avecinarse. Sin duda, la novela de Hemingway es más antibelicista que la versión cinematográfica de Borzage, que se centró especialmente en la historia de amor, pero la película supo transmitir también el espíritu pacifista del autor. Sin embargo, al parecer al escritor no le solían gustar mucho las adaptaciones al cine de sus obras. Obviamente, aquel cine pacifista no pudo impedir que tras la Primera Gran Guerra volviera el conflicto a Europa apenas siete años después, por mucho que llegara a calar en la opinión pública. Y eso, a pesar de que el cine ya se había convertido en los años veinte y treinta del pasado siglo en un medio de comunicación masivo. La censura también actuaba y no fue de extrañar que en Italia y en Alemania se acabara prohibiendo la película de Borzage, o que en Francia encontrara muchos detractores. Ya existía un clima prebélico. Durante aquellos años, sobre todo a partir de 1933, la Alemania nazi pondría en marcha un enorme aparato propagandístico que puso al servicio de su proyecto expansionista y de la guerra. En aquella Alemania no cabían los mensajes pacifistas.

En la actualidad, en un escenario comunicativo fragmentado, con una opinión pública segmentada y poco cohesionada, y en un espacio geopolítico multipolar, los tambores de guerra empiezan a oírse cada vez con más frecuencia. Aunque mejor deberíamos decir que algunas guerras ya han estallado a nuestro alrededor y que seguimos mirando hacia otro lado. Los conflictos se suceden en diversas partes del mundo: unos, los olvidados, son conflictos aletargados y detenidos en el tiempo que siguen perpetuando las injusticias que subyacen a todas las guerras; y otros, los más recientes, que son, unas veces, el resultado de conflictos históricos no resueltos que emergen periódicamente, y otros, la consecuencia de nuevos expansionismos.

Gaza, Ucrania, El Sahel, etc., con las implicaciones internacionales que tienen estos conflictos, son, entre otros, los escenarios en los que se dirimen en la actualidad los intereses de las grandes potencias mundiales (EEUU, Reino Unido, Francia, Israel, China, Rusia, etc.). Desde el punto de vista geoestratégico, esta situación hemos de observarla y analizarla en su conjunto, pues no hay conflictos locales si en ellos intervienen las potencias que hoy tratan de dominar el mundo, recurriendo incluso a la explotación neocolonial. Y que no están dudando en imponer la barbarie mediante una guerra tecnologizada y supuestamente moderna, que no entiende de derechos humanos ni de tratados internacionales, y que condena a la población civil a la muerte de manera inexorable. La masacre de Gaza es su principal exponente, allí la vida no vale nada y los niños son las principales víctimas. Más de treinta y cuatro mil personas muertas desde que comenzara el asedio israelí. Un genocidio que la historia recordará siempre, de consecuencias aún imprevisibles para el equilibrio de la región. La entrada en escena de Irán tras el atentado de Israel a un consulado iraní en Damasco no hace sino aumentar la tensión en la zona.

Las manifestaciones pacifistas que se extienden por todo el mundo pidiendo el fin de la guerra para parar el exterminio de la población gazatí no parecen ser suficientes. Las potencias mundiales están más preocupadas por mantener el statu quo y el pulso que evite la escalada militar. Pero, mientras tanto, los más débiles sufren como siempre las consecuencias letales de las guerras. En la actualidad, ni el cine -dominado por la industria norteamericana- ni los grandes medios de referencia ondean la bandera del pacifismo, que se expresa sobre todo a través de los medios alternativos y de las redes sociales. Por el contrario, una poderosa actividad propagandística al servicio de los poderes en liza y de la industria bélica se ha impuesto en casi todos los países sobre una opinión pública desmovilizada ante los grandes intereses de las elites políticas y económicas internacionales que están decidiendo de nuevo ‘jugar’ a la guerra; unos países participando directamente en ellas, y otros beneficiándose del negocio de las armas. El mundo de hoy parece que desconoce el valor de la paz.