Junto a los nazarenos y hombres de trono, cada Semana Santa florecen en Málaga cientos de penitentes que, bajo el palio de un humilde puesto ambulante o agarrados al varal de unos chapones con ruedas, luchan por ganarse la vida gracias a nuestras tradiciones. Todos ellos realizan estación de penitencia cada día y recorren, a buen seguro, el itinerario más largo de toda nuestra fiesta.

Ayer Domingo de Ramos, Carlos Rosas no perdió las manos. Empujado por su hermano y gracias a la pericia de su suegro con el bricolaje, este veinteañero estrena empleo. Trompetas, tambores y manzanas de caramelo se amontonan en unas humildes planchas de madera. En apenas cuarenta y ocho horas, el perchelero del Llano ha recorrido varios mayoristas en el polígono para adquirir la mercancía. «En épocas de bonanza, se podía sacar ochocientos euros al día. Hoy, con la crisis, si ganas setenta u ochenta cada jornada has triunfado, aunque seguramente otros compañeros con más habilidad y experiencia puedan obtener el triple», explica nuestro protagonista. El resto del año, Carlos, subsiste compaginando algunas chapucillas esporádicas y con la venta de castañas asadas durante el otoño: «Hace un tiempo trabajaba en la construcción, pero me quedé en paro al estallar la crisis». Padre de una hija de treinta y seis meses, nuestro vendedor se muestra orgulloso de pertenecer a la etnia calé: «Los hijos de los gitanos, cuando vienen a comprar, me llaman tito y yo les respondo cariñosamente con el apelativo de sobrinos», comenta sonriente.

El Sábado de Pasión Carlos pagó la novatada; al intentar subir una cuesta, el carro se le ha venido encima y ha tenido que recular: «Todos mis compañeros habrán pasado por lo mismo en sus comienzos, digo yo», bromea ilusionado.

Pese a ser integrante de la Banda de Fusionadas durante su adolescencia, Carlos Rosas confiesa que es cristiano pero no cofrade, aunque gracias a los itinerarios, irá en la búsqueda de la bulla para aumentar sus ventas hasta que el cuerpo aguante.

Claveles para el Cautivo

Cada madrugada del Sábado de Pasión, Eugenio abandona su floristería Capricho, en la calle Trinidad, para levantar al pie de la calle un pequeño stand con cubos de flores y un viejo muestrario con merchandising cofrade. Camisetas, llaveros y pañuelos con las devociones trinitarias son los productos estrella.

Tres días antes al traslado del Señor de Málaga, la maquinaria se pone en marcha; cortar los tallos, cambiar el agua y preparar los ramos traídos de Chipiona son el ritual mágico en la antesala de tan señalada madrugada. La venta de en la calle se lleva a cabo exclusivamente el Sábado de Pasión y el aumento del paro ha incrementado la competencia convirtiendo el barrio, por unas horas, en una jungla pacífica de claveles de colores. «Este año hay más vendedores de claveles que nunca. La gente se echa a la calle a ganar cuatro duros. Hay que asumir la realidad», comenta el florista con resignación.

Lucha contra los elementos

Julián González nació en Lucena, pero es un enamorado de Málaga y su gente. Durante más de tres décadas, este cordobés ha vendido toda clase de frutos secos y chucherías artesanales en la acera norte del Puente de Tetuán, ostentando el honor de ser el primer vendedor situado en tan privilegiado enclave.

El lucentino reconoce que la venta ambulante es una profesión muy sufrida y que lidiar con algunos indeseables que birlan a hurtadillas es una pesadilla. «Todavía no ha empezado y ya estoy deseando que termine. Gente mala hay en todas partes, pero estos días previos he tenido que hacer guardia y apenas he dormido un par de horas en un pequeño remolque», confiesa alicaído.

Julián González, madridista hasta la médula, afirma que la lluvia también es el mayor enemigo de su colectivo. «Si en Málaga llueven dos días grandes -Domingo, Lunes, Miércoles o Jueves- la semana se echa a perder. En mis comienzos, una ventolera precipitó al río el quiosco y toda la mercancía cayó al fango. No me quedó otra que asumir que había perdido todo», recuerda con nostalgia y pesadumbre.

Al finalizar la Semana Santa, Julián recorrerá el resto de Andalucía para trabajar en las diferentes ferias, culminando la temporada con las ventas de Navidad. «Hay que meter el hombro todos los meses del año para subsistir, no basta con trabajar por épocas», matiza Julián, quien confiesa que ama a Málaga más que a su ciudad natal. Pese a las horas de trabajo, Julián no puede evitar emocionarse cuando pasa por delante suya el Cautivo y la Esperanza. Que Ellos les guarden y le iluminen durante estos días. Y por supuesto, ¡que no llueva!

@rubeng2310