William Curtis (Inglaterra, 1948) es autor de «La arquitectura moderna desde 1900» (Phaidon), una de las biblias de la profesión. El controvertido crítico vive en el Midi francés y es un enamorado de España y de la obra del arquitecto Alejandro de la Sota.

Es muy crítico con la arquitectura actual, ¿qué considera buena arquitectura?

Eso es demasiado general.

¿El ordenador puede ser un peligro para la arquitectura?

La generación de imágenes por ordenador puede llevar a hacer una arquitectura sin rigor, a una simple serie de geometrías sin significado.

¿Es lo que hacen Eisenman o Zaha Hadig? Es la moda.

Ese es el problema, que es sólo moda sin contenido y la moda es pasajera. Es un juego gratuito, una arquitectura sin sustancia. Eisenman ha partido, supuestamente, de la imagen de una concha de vieira y ha dejado anonadados a los políticos con la idea, pero es una mentira, incluso el juego pseudofilosófico de Deleuze en el que se basa... ¡Por favor!

También denuesta usted el palacio de congresos de Rem Koolhaas en Córdoba.

Es mastodóntico y feo. Todavía es peor, una falta total de responsabilidad del arquitecto con la sociedad. Andalucía me es muy querida y la Mezquita de Córdoba es para mí una de las mayores obras de la arquitectura, no solo española o del arte islámico, sino del mundo. Es una obra maestra. Pero no solo la Mezquita requiere respeto, sino todo el conjunto, con el puente romano y el Guadalquivir. La obra de Koolhaas rompe la armonía, como la rompe en Sevilla la seta envenenada de la plaza de la Encarnación proyectada por Jünger Mayer. Es el problema de todas las ciudades que intentan hacer marketing y venderse como producto, lo cual muestra la ignorancia de algunos políticos, que destrozan la propia ciudad.

Ha llamado la atención sobre «la maldición del Guggenheim».

La gente cree que puede reproducir en otros sitios la ilusión del efecto Guggenheim de Bilbao, y eso responde a un análisis superficial porque no tiene en cuenta las condiciones previas que permitieron ese efecto. El Guggenheim de Bilbao no solo es el edificio sino la colección de arte que le da sentido. Otro ejemplo de desastre arquitectónico en España es el Centro Niemeyer, de Avilés.

La tildó de «autoparodia».

Hay mucha ingenuidad en los políticos, creen que con un icono pueden mejorar la economía local. Niemeyer hacía grandes edificios hace cincuenta años pero ahora hace reproducciones de aquellos como niemeyercitos.

¿Lo imagina terminado?

Es imposible. Si de mi opinión dependiese, diría: «Paradlo. No se hace más. Terminado». Incluso deberían ocultarlo con una masa de árboles. No es ni ciudad ni cultura, acabemos con esa ficción, quitémosle el nombre y repensemos para qué sirve. Es como un centro comercial americano y a lo mejor ese es su destino. Es un capricho político muy caro para la población.

¿La crisis acabará con esa megalomanía?

No sólo es de los políticos y de los arquitectos, también de la gente. Los políticos deben definir la sociedad, no la arquitectura.

¿Se hace buena arquitectura en España?

Hay arquitectos muy finos: Vázquez Consuegra, en Andalucía, con intervenciones en edificios históricos o a las afueras de Sevilla. El Museo del Agua granadino de Juan Domingo Santos, de una generación más joven. O en Cataluña el estudio de Aranda, Pigem y Vilalta.

¿A qué arquitectos incluiría ahora en su libro?

No lo diré, las incorporaciones hay que madurarlas mucho.