La vid requiere un trabajo que ocupa todo el año. Tras la vendimia comienza un proceso fundamental para que la cepa ofrezca la mejor cosecha en la siguiente campaña. El primer paso es en diciembre, cuando la vid se «sernilla», que consiste en quitar los sarmientos secos del año anterior.

En enero toca podar «y se le dejan dos yemas, por si una fracasa, para que puedan brotar los llamados pajaritos», relata el viticultor Francisco Parra. Cuando estas ramitas tienen 3 ó 4 centímetros se le comienzan a aplicar ciertos productos varias veces al año para evitar plagas, como la «ceniza». Eso sí, se aplican «siempre con el viento de levante, porque con el poniente estos productos queman la planta».

Los sarmientos, para evitar que los fuertes vientos que visitan la zona lo destrocen, se atan unos a otros. También se llegan a enterrar las puntas y se le coloca una pequeña piedra encima o un montoncito de tierra, hasta que obtienen cierta envergadura.

La floración se produce en mayo y es cuando se «bina» para airear la tierra de la vid. Comienza a engordar de junio a agosto. «En este último mes es conveniente que no llueva para que la uva tenga una gran concentración de azúcar. La mejor agua es la de mayo y junio» relata Parra, quién apunta que influye mucho el viento. «Siempre es mejor el marero (levante)» seca menos a la fruta y también a la tierra. Todo lo que se le haga en favor a la planta repercutirá en la calidad del vino.