En su discurso de investidura, el candidato electo a la Presidencia de la Junta hizo una breve referencia a la cultura en Andalucía, la cultura como motor de la actividad económica; insistió en la importancia de lo que él denominaba la marca Prado. Y tan importante le parecía, por lo rimbombante del concepto, lo de traerse una sucursal del Museo del Prado a Málaga, que lo repitió tres veces, golpeando ligeramente el estrado con el puño: «Marca Prado. Marca Prado. Marca Prado».

Poco tiempo después, la momia de don Diego de Velázquez fue vista caminando en dirección al Museo del Prado. Daba un poco de asquito verla, pero, eso sí, el hábito de la Orden de Santiago lo llevaba como recién puesto, limpio y reluciente. Llegado al museo, los patronos pensaban que el redivivo maestro quería ver sus obras de nuevo. Lo que intentó fue comérselas.

El candidato electo, ya excelentísimo señor presidente andaluz, fue convocado de urgencia por el Patronato del Museo. Allí le expusieron sus cuitas: a nosotros nos gusta que nuestros artistas muertos estén , pues eso; muertos.

No se arredró. No le gustaban mucho aquellos tipos del Patronato: los miembros de la nobleza, pasen, pero los intelectuales... Menuda chusma. ¿Quiénes eran ellos para apropiarse de la cultura? Señores míos, pónganla al servicio del pueblo y no al rev....

Ahí se calló.

Al principio de este relato, el excelentísimo señor, todo metaficción, pensaba que él iba a ser el malo del cuento. Ahora, veía la ocasión de cambiar las tornas. Lo que había sido una fantasmada electoralista amagaba con convertirse en el núcleo de su futura actividad política. Tampoco era un mal plan. Los recortes y tal... Eso lo mandaban de Bruselas. Pero esto... Era su puente a la posteridad. Y qué otra razón había en la actividad política más allá de la del triunfo del ego y la fantasía de poder. El arte quería vivir, y él, cual profesor Frankenstein, le insuflaría vida. Ya no quería una sucursal, no señor. Quería diversificar la oferta. Hacer llegar la pintura, la escultura y otras cosas terminadas en ura a todos los pueblos de la Nueva Andalucía. No, no quería sucursales. ¡Quería franquicias!

Un patrono anciano de barba perilla amarillenta y ojos lechosos carraspeó y se echó hacia delante, con los dedos entrecruzados:

-¿Una... Franquicia, dice usted? ¿Así como... McDonald’s? A mi nietos les gusta mucho...

-Pues sí, como McDonald’s, mire usted.

Y él mismo, como excelentísmo que era, se haría responsable de abrir la primera en Málaga. La primera de muchas.

No sabía en lo que se estaba metiendo. Siguiendo el modelo McDonald’s, al franquiciado se le exige conocer todos los aspectos del negocio, incluyendo, entre otras cosas, saber hacer las hamburguesas. El lunes siguiente, el excelentísimo se encontró en su despacho con un lienzo de lino en su caballete y pinceles. Le invadió una sensación extraña.

Encargó un retrato suyo para colocarlo junto a la placa conmemorativa de la primera franquicia-museo en Málaga. A medida que su gobierno aplicaba recortes, el retrato se iba poniendo feíllo.

Se intentó aplacar el ansia devoralienzos de la momia de Velázquez ofreciéndole un puesto de asesor cultural en la Junta. No. Él quería ser Jefe. Peor fue cuando apareció el esqueleto sin cabeza de don Francisco de Goya. A ése no se le convenció tan fácilmente.

El excelentísimo impregnó un pincel. Trazó una línea casual. Entonces, una luz pareció inundar las telarañas de su mente. ¿Era posible? ¿Había desperdiciado su vida, en conspiraciones, tejemanejes, mamoneos y caritas chulescas? ¿Había un mundo maravilloso y sin explorar oculto en aquel lienzo?

Empezó a pintar sin parar. Descuidó sus obligaciones. Su partido le llamó al orden. Al final, en plena moción de censura, pensando en el azul corporativo del logo de su partido, en la cadencia enfática de su himno... Se echó a llorar. Dimitió al día siguiente.

A día de hoy, poco se sabe del ex-excelentísimo, salvo que vive recluido, pintando, lejos de la política y del pádel. Que es feliz. Y la idea de la franquicia se quedó en la primera regla de la campaña electoral: Lo que se habla en campaña se queda en la campaña.