Alejandro Simón Partal es una de las voces más sugerentes de la poesía actual, creador de unos versos que se nutren de la febrilidad del rock - es fan de Nick Cave, Frank Zappa o Dylan - pero también del clasicismo del Luis Cernuda o Federico García Lorca. Estos días presenta su segundo poemario, Nódulo Noir (Renacimiento), en el que continúa con su particular visión de la enfermedad.

Como en la música, se suele decir que el primer disco es el volcado de todas las sensaciones y sentimientos gestados durante una vida, y que encontrar un bagaje de valor después, en menos tiempo, para un segundo trabajo, resulta muy complicado. ¿Le ha sucedido algo así con Nódulo Noir?

En absoluto. Es cierto que el primer libro corre el riesgo de convertirse en un cajón de sastre, en mi caso procuré ser riguroso a este respecto y no caer en ello, pero este libro muestra una evolución, no sé hacia dónde, pero sí una evolución; no es rupturista con el anterior pero sí mira hacia otro lado. Han pasado más de dos años donde han pasado muchas cosas y, aunque lógicamente reconozco a quien escribió El guiño de la chatarra ahora estoy en otro punto.

¿Cómo relee ahora El guiño de la chatarra? ¿Con vergüenza, con estupor, con admiración?

No releo mucho lo que escribo cuando ya no hay posibilidad de cambio. Una vez que está fuera el libro deja de ser tuyo y lo miras con cierta perspectiva. Sólo un muermo puede asegurar que volvería a hacer lo mismo sin cambiar un ápice si volviera a empezar. Después de más de años sigo pensando que aquel libro fue digno y que tuvo una función muy importante en mi devenir, con eso me sobra.

¿De dónde surge Nódulo Noir? ¿Qué idea o pensamiento gatilló su planteamiento y que concepto, si lo hay, aglutina sus versos?

Aunque resulta extraño, normalmente los libros se construyen solos, o son los propios poemas los que van construyendo ese puzle y los que pueden explicar mejor lo que el autor pretende. Desconfió de los que sientan a escribir conociendo perfectamente dónde quieren ir. Escribir es un ejercicio etnográfico y por tanto de suspense. He vuelto al tema de la enfermedad que tanto me interesa y del que tanto han escrito mis autores de cabecera. Es, como el amor, un tema infinito; ahí está lo último de G. M. Tavares, que es imprescindible. Es el medio más eficaz para explicar lo que hemos sido, somos y no seremos jamás. Enfermedad y belleza son los ejes de Nódulo noir; este libro intenta seguir la doctrina de Hegel de hacer de lo estético el criterio de lo moral y desclasificarlo. La belleza es dolor y viceversa, y como dijo Jaime Siles, ni uno ni otro se pueden resistir; en definitiva la poesía es llevar al lenguaje a un estado de gravedad preciosa, pasearlo por una naturaleza sadiana y contenida, y en eso estamos.

Me comentó una vez que de su poesía sólo espera que sea «sugerente o convulsiva». ¿Cómo diseña sus versos? ¿Cuánto hay de cerebral y cuánto de intuición, de corazón?

Sin sugerencia o convulsión un poema no existe, o no debería existir. Esto no lo digo yo, Edgar Poe ya advirtió que la intensidad era la única ley poética existente. Normalmente todo nace de un impulso para después desarrollarse, por otro lado desconfío de la poesía que se nutre sólo de impulsos o ingenio, porque estos suelen brotar de nuestra realidad momificada y la poesía tiene que erigir la realidad pero no seguirla o reflejarla, el poeta no es un cronista ni un periodista, tiene una función distinta, si es que realmente la tiene. El verso es un calambre al que el poema le exige reposo largo y no urgencia.

Llama la atención en Nódulo Noir la participación, como prologuista, de Christina Rosenvinge. ¿Cómo llegó ella a tu poesía?

Que Christina haya escrito el prólogo de un libro de poesía lo explican sus canciones. Yo hubiera dado un brazo por escribir Canción del Eco, por ejemplo. Además ella personifica lo que pretendía transmitir en el libro, haberlo conseguido ya es otro cantar.

¿Y proyectos?

Estoy trabajando en una traducción de los poemas de Heinrich von Kleist, moldeando mi tesis y tengo una novela terminada que, espero, vea la luz el próximo invierno.

¿De qué trata?

La novela está ambientada a principios de los noventa, la caída del muro de Berlín y la nueva época y década donde había más expectativas van a ser el principio del fin, todo eso personificado en Nathanael, un antropólogo que lleva una mustia con su mujer y su dos hijas (una con síndrome de Down y otra adicta a casi todo) y que va a sufrir una transformación a través de la lectura de un polémico antropólogo y poeta asturiano, Alberto Cardín; a partir de ahí va a tomar otra actitud que va a marcar de devenir y el de la literatura.