Parece que el calor nos ofrece una tregua, aunque reconozco que experimento cierto temor mientras escribo esto. El aumento desconsiderado de temperaturas se ha convertido en noticia, conversación mainstream en ascensores y asunto socorrido en los encuentros inesperados. Septiembre se intuye con cierto halo de fracaso, como un mes al que no vamos a dejar vivir por sí mismo; sobre el que hemos depositado muy pocas esperanzas. Quizá nos hemos apresurado a la hora de desvestirlo y meterlo en la cama. La luz siempre encuentra la grieta adecuada por la que manifestarse.

Entre esa maraña de sensaciones confusas se abre paso una edición más del festival Días Nórdicos, uno de mis favoritos junto con el South Pop Isla Cristina. Año tras año, cruzo los dedos para que los nombres propios que están tras esos dos eventos no cesen en su empeño de poner las cosas difíciles a la crisis, ese invento del capitalismo 2.0 que tan bien le está viniendo a los bolsillos de unos pocos. Días Nórdicos es un festival multidisciplinar dedicado a la escena cultural de los países nórdicos, pero también podría ser la etiqueta del suceder de mis últimos días, concatenación de horas que se ha hecho realidad gracias a la lectura de un libro con olor a latitud soñada y mirada de hielo azul perpetuo. La verdad (Salamandra, 2012), de la autora finesa Riikka Pulkkinen, me ha dejado noqueada, con las vísceras moviéndose al ritmo de French Films o The Dø; con el instinto transitando por un paisaje que sólo se vuelve real cuando se lee o nombra, el mismo que rompe los dominios de lo conocido para convertirnos en un Otro sin vuelta atrás.

Cuando te acercas a esta literatura de frío arcaico y abismo incesante, percibes la complejidad de la condición humana. En esta novela, Pulkkinen se enfrenta a una historia de argumento sencillo y factura sublime, historia que gira en torno a la vida de dos mujeres, Elsa y Eeva, y a un secreto inflamable que se derrama entre una prosa legendaria y un narrador que compromete al lector, que lo empuja hacia ángulos de nuestra naturaleza en los que no nos sentimos cómodos ni seguros. Los personajes que desfilan por entre las páginas que conforman la segunda entrega de esta autora se construyen y entienden, precisamente, desde esa incomodidad e inseguridad; personajes hieráticos ante la acción sorda del mundo, ante un presente y pasado que se entrelazan y confunden para entregar al lector una profunda novela sobre el amor y los efectos del perdón. Son, por tanto, protagonistas de cristal y acero, de mutación intuitiva, cuyas emociones sostienen parte del entramado narrativo de este título, manual preciso sobre el comportamiento impredecible del individuo contemporáneo dentro del seno familiar.

Dolor, amor, perdón y memoria se presentan de la mano para iluminar un escenario desnudo cubierto de polvo, el mismo que esconde las grietas que la luz busca. Que la luz utilizará para poder ser grieta.