Dalí no fue ningún parásito de la vida. Si lo hubiera sido, seguramente habría inventado un método paranoicoparasitario para criticarlo. Estos días, el genio de Figueres vuelve a estar en el candelero de las celebridades que vuelven a la actualidad sin haberse marchado nunca de ella. El centro de arte Pompidou de París le rinde un extenso homenaje en forma de exposición multidisciplinar, en la que no falta el Dalí mas abierto al populismo de los acontecimientos sorprendentes y discutidos.

París, Francia, se rinde a los pies de quien fue uno de sus más ilustres académicos del arte. Ya en el lejano 1979, el mismo centro cultural llegó a la cúspide de sus exposiciones más visitadas del siglo XX con el mismo protagonista que ahora permite a los curiosos saber quién era el loco de los bigotes untados con miel que atraía a las moscas.

Aprovechando que el Sena pasa por París, una de sus revistas de cabecera, Paris Match, llama a declarar a la musa más ambigua del pintor, la ahora cantante Amanda Lear (de misteriosa procedencia) y antaño «muso» de encanto angelical que pasaba per ser musa con el beneplácito de la consorte oficial, la rusa Gala.

Anne-Cécile Beaudoin y Romain Clergeat firman el documento periodístico que sitúa Dalí en la cúspide del despropósito parasitario, esto es, en la vida de un personaje universal que no puede escapar a la presencia de satélites con o sin barba de saliva pelotera.

Amanda recuerda en Paris Match el primer encuentro con Dalí, era el 1965. Ella/el -¿qué importancia tienen la identidad del momento?- mantenía concubinato con Brian Jones, guitarrista de los Rollings Stones. Ella dice que en aquel primer instante conoció a un ser «ridículo, envuelto por una banda de parásitos»... Salvador y Amanda almorzaron juntos, solos, al día siguiente, sin el Rolling como carabina. Dalí, según la musa, buscó rollo recintándole poemas de García Lorca, el poeta granadino, el alma gemela que el pintor encontró en la Residencia de Estudiantes madrileña en sus años de juventud.

«Una noche, me dijo: ´Mañana, llega mi esposa. Voy a presentartela´. Yo no lo podía creer. Sin darse cuenta de mi asombro, continuó: ´Tenemos que ser muy cuidadosos. Gala es especial´. Luego me explicó cómo debía vestirme, cómo maquillarme, cómo comportarme... Cuando llegó, Dalí me vendió como un comerciante de aspiradoras. Desfilé frente a ella, pero pude ver la consternación de Gala». Fue el primer encuentro entre musas de distinta cuna.

La tirantez inicial, siempre según el relato de Amanda, se rompió cuando ésta visitó Cadaqués. Llegó sin algarabía, con ropa sencilla y sin maquillaje. Gala la aceptó.

Pero Lear matiza esta aceptación, una vez más, como ya ha hecho otras veces: «¡No compartimos! Dalí no tuvo relaciones sexuales, era impotente. Dijo que los genios no deberían repetirse: ´Imagínate a un hijo de Miguel Ángel haciendo de chófer de taxi con un pantalón corto´. Con Gala vivió un amor cerebral. Ella lo era todo para él: su esposa, su diva, su jefe, su enfermera...».

Durante años, Dalí y Amanda vivieron un romance artístico particular mientras Gala disfrutaba de amistades jóvenes en el Castillo de Púbol. La muerte de ésta tuvo sus repercusiones. Entre ellas el ataque de melancolía que enclaustró al pintor entre los muros de este particular palacio del amor extraconyugal. Lo sabia todo el mundo, pero el secreto no era a voces, era un secreto de silencios. Como el que durante años mantuvo Amada Lear sobre su verdadera personalidad.

Sin Gala y con Salvador elevado a la categoría de ermitaño en Púbol, la relación entre ellos fue desvaneciéndose. «En los últimos años, era muy difícil para él -dice Amanda en Paris Match-. Gala murió. Arturo, su mayordomo, me contaba historias de horror acerca de la banda de buitres dando vueltas a su alrededor. Dalí no me vio. Él no quería que yo asistiera a su caída. Insistí, por supuesto. Finalmente accedió, pero sólo en la oscuridad». Dalí se encerró en un huevo muy personal, como los que adornan la cabecera de la multifotografiada Torre Galatea de Figueres.

Hoy, y mañana, Dalí da vida a su propio mito. Quien escribe acaba de pasear, en una tarda gélida de invierno, delante de su Teatre-Museu de Figueres. Rusos, franceses, japoneses, alemanes, belgas y australianos hacen cola para conocer su templo surrealista. Quien escribe no deja de sorprenderse. Figueres, una pequeña localidad catalana fronteriza de poco más de 40.000 habitantes, tiene uno de los museos mas visitados del mundo. El 2011, el llamado Triángulo Daliniano (Figueres, Cadaqués, Púbol) recibió la friolera de 1.431.748 visitantes. Cifra que, según las estimaciones recientes, podría superar este 2012, año de crisis supremas. En París, la venta de entradas en el Centro Pompidou es incesante. La exposición retrospectiva estará abierta hasta el 25 de marzo. Luego llegará a Madrid, al centro de Arte Reina Sofía.

Entre una cosa y otra, pasa por nuestra mente el recuerdo del fotógrafo Melitó Casals, Meli, amigo inseparable del pintor. Contaba que una vez vio lo que no tenia que ver de Amanda Lear. Decia Meli, socarrón, que los huevos de la Torre Galatea tenían un color parecido a aquello que vio. Amanda sigue viviendo el recuerdo de Dalí. Formó parte de la corte que envolvía al pintor. Corte de bufones, parásitos, ambigüedades y buena gente. Nos quedamos con los últimos. Ellos también dieron vida al surrealismo.