Decía el poeta Pedro Salinas que hablar de los demás es siempre un río. Y si esos afluentes nos arrastran a Nick Cave o David Bowie entonces hablar de los demás nos lleva al naufragio (manida palabra). Lo inabarcable de estos océanos nos está ayudando, en cierta medida, a no tragar más agua (sustitúyase por mierda, si le apetece). No se canse. Esto no es un artículo derrotista ni pesimista: a usted y a mí también nos interesa que Epicuro se preocupe.

Este 2013 que parece estar programado para destrozar a todo lo que tenga que ver con erigir la realidad -llámese cultura, arte, dignidad o salud- parece que ha encendido las válvulas de lo arrebatador para empapar de otra cosa a este desierto irrespirable. El arte es completamente inútil. La música es completamente inútil. Lo imprescindible no hay dios que sepa orientarlo ni manejarlo, está bien. Lo aceptamos. Pero un día te levantas y lo más inútil te pega en la cara para recordarte que estás vivo. Nadie medianamente sensato recuerda cómo le cambió la vida aquel IBEX 35, por mucho que le afectase. Sin embargo cuánta gente en pocos días habrá dejado su trabajo (sí, su trabajo) o a su pareja mientras le rebotaba en la cabeza ese Where are we now? O habrá ido en el coche al supermercado con lo nuevo de Cave como gps, aventurándose en una huida sin retorno que la realidad (otra vez) paralizará en la sección de congelados (We know who you are). Y que así sea. Quiero decir: estamos vivos. Hemos errado todo planteamiento: Bowie ha vuelto. Estamos vivos: nos equivocamos. Nos sorprenden: estamos vivos. Bowie no está muerto. Nick Cave no está muerto. Los miserables que contaminan este río se pudrirán, os lo juro: estamos vivos.

En una realidad (sí, otra vez) donde la gente apuesta por lo nuevo por ser nuevo -y así debe ser siempre que por nuevo aporten algo nuevo- las voces, esas que no tendrían por qué decir mucho más, esas voces muchas veces nubladas por los ecos vuelven, y vuelven para levantarnos del suelo, qué falta nos hace. Después de un 2012 tibio el trece nos depara apnea cuando la respiración empezaba a tomar forma de tecnicismo. Aquello inútil respira y se torna fundamental. Y es que el talento no entiende de condición ni pataleos. El talento deshecha, esa es su lección. Se paga carísimo el hecho de soñar ideas en común, entiéndanse qué ideas. La sofisticación rara vez se acomoda en el cómodo aposento comunitario. Se ha impuesto la originalidad como triple salto mortal sin red, y ahí el descalabro: Radiohead ha sido más referencial para muchos que Nick Cave. John Giorno ha sido más referencial para mucha poesía joven que Siles o Colinas. Y claro: «Ante las naturalezas idiotas / las muecas de los muros», dijo antes Paul Eluard.

El nuevo disco de Nick Cave (and the Bad Seeds) es un nuevo puñetazo en la mesa. La contención y la serenidad, la conmoción narrada sobre melodías reflectantes consiguen desestabilizar más que todo el ruidismo pétreo imaginable. Los ladridos no son cosa de bestias. Octavio Paz ya dijo que la creación (poética) es una forma de violencia sobre el lenguaje, y eso el australiano -y más, no hace falta irse muy lejos- lo aprehendieron con nota, aquí resuena Murder Ballads. El camuflaje no puede ser tendencia esta temporada.

En el caso de Bowie el anuncio de su vuelta al mundo de los vivos dejó paralizado hasta a quien nunca había oído hablar de él, y sobre todo a los constructores de teorías masoquistas sobre su silencio. Parecía difícil imaginar una retirada más exquisita y enigmática, una adiós que le otorgaba el parnaso de los autores de culto, sin serlo. Sin embargo este nuevo giro ha sido un manifiesto de valentía donde era muy fácil salir mal parado. Las canciones, una vez más, han resuelto tal envite. Su segundo single, que ha visto la luz esta semana, ha creado tanta expectación y elogios como la excelente Where are we now, cuando aún ésta sigue rebotando en las cabezas. En el videoclip -ese género tan cuestionable excepto cuando él está detrás- el ex Duque aparece entre Tilda Swinton y el andrógino y talentoso modelo Andrej Pejic que recibe su bautismo definitivo besando a su padre, qué menos que eso. El resto del deseado puzzle lo completaremos a mediados de marzo con The Next Day, aunque ya se intuye el dibujo, el tatuaje más bien.

El teólogo Karl Rahner no se cansó de reiterar que la definición cristiana de muerte es «hacer sitio». La fe se equivoca. La fe no es un río: seguimos vivos.

*Alejandro Simón Partal es poeta