Cuando el cine español era puro desarrollismo, comedias costumbristas y relatos históricos de cartón piedra, un hombre se atrevió a rodar películas de vampiras lesbianas, asesinos psicotrónicos y todo tipo de bizarradas que entonces eran consideradas casposas y que hoy son artículos del más refinado culto cinematográfico. Ese simpar personaje de la cultura española del siglo XX era Jesús Franco, afincado en Málaga desde hace décadas; ayer murió a los 82 años: llevaba ingresado en el Hospital Pascual desde el Miércoles Santo por un accidente cerebrovascular isquémico que finalmente le arrebató la vida y la pasión por rodar.

Una de las mejores definiciones del cine de Franco, tío Jess para sus colaboradores y connoisseurs del celuloide al margen de los convencionalismos, la ofreció ayer el crítico Fausto Fernández: «Su filmografía es la jam session más apasionante de la historia del cine: mil y un ritmos, improvisación, cacofonía y originalidad». Atractivos suficientes para ser laureado por devoradores insaciables de películas inclasificables y alejadas de los estándares como Quentin Tarantino, quien siempre ha confesado su devoción por el cineasta español; pero también handicaps para la cultura oficial de nuestro país, que mantuvo semimarginado a este terrorista fílmico hasta que en 2009 la Academia le entregó el Goya de Honor. Pero nada cambió: Franco siguió haciendo básicamente lo que le dio la gana y viviendo en una situación financiera no precisamente boyante -la típica de todos aquellos que se preocupan por el arte y se despreocupan de sus alrededores-. Clásico: leyendas fuera, olvidados aquí.

«El cine-cine, el de las grandes salas y las cortinas, se ha ido al garete. Porque sólo hay diez películas al año que puedan mantener ese estatus. Los productores del cine español sólo se atreven con ese tipo de cintas cuando les vienen muchas subvenciones. Lo negativo es que entonces las hacen pensando en cuidar las inversiones. Por eso los proyectos nacen tarados. Están mediatizados como en la peor de las dictaduras. Los productores de hoy son los ministerios y los gobiernos autónomos. Fíjese qué manera de convertir una expresión artística como el cine en una mercancía repugnante», dijo una vez.

Lo cierto es que Franco iba a su bola absolutamente -¿a quién si no se le ocurriría rodar una película como Killer Barbys, una cinta de monstruitos a lo Scooby Doo protagonizada por el homónimo grupo de punk, en pleno Tivoli-. Practicaba un cine de guerrilla, al margen de todo y de todos y de presupuestos: era habitual su fórmula estajanovista del back to back, rodar simultáneamente dos películas, aprovechando el mismo equipo y set; cuentan sus colaboradores que, en una de estas aventuras, el legendario actor Christopher Lee -que también encarnó al conde Drácula para Jess- ni siquiera sabía que estaba rodando dos filmes en lugar de uno. Ese mismo sistema lo empleó el año pasado para facturar entre nosotros, en Málaga, la obra que ha quedado como su testamento, Al Pereira vs The Alligator Ladies, estrenada al margen de los circuitos comerciales hace dos semanas sólo en Madrid y Barcelona. Dicen que, en silla de ruedas, este octogenario era el más jovial del rodaje. Y eso, a pesar de que hacía unos meses había sufrido la muerte de la actriz Lina Romay, su gran musa, la mujer que lo amaba y lo cuidaba. La pasión por rodar le sirvió para superar la pérdida de la mujer de su vida.

Por ir siempre en dirección prohibida, en las últimas décadas se rodeó de técnicos y productores jóvenes; conformó su guerrilla de admiradores, personas que se adecuaban a su desprejuiciada visión del mundo y del arte, como Santiago Segura, por ejemplo ­-ayer tuiteó: «Rodé una película a sus órdenes [la citada Killer Barbys] y pocas veces me he divertido tanto con un director»-. Gente también como Pedro Temboury -su heredero artístico, para quien realizó suculentos cameos en sus fundacionales joyas trash Kárate a muerte en Torremolinos y Ellos robaron la picha de Hitler-, el fotógrafo y director Emilio Schargorodsky o Kike Mesa, realizador y productor de Ándale y que ha trabajado en diversas ocasiones con el madrileño además de filmar el interesante documental Jesús Franco. Maneras de vivir.

Todos ellos hoy sienten la pérdida del tío Jess. No han previsto grandes ceremonias: quieren que el adiós a Franco sea como la despedida a Lina Romay, en la que el propio viudo decidió una simple incineración y un encuentro entre amigos fuera de recintos funerarios. Así lo harán sus discípulos en los próximos días.

A todos estos discípulos les contagió su pasión por el cine, por ver cine y por hacer cine a través de muchas horas de trabajo y de anécdotas infinitas. Un botón: en los años 70, en pleno rodaje en Valencia, le tocó un décimo de la lotería. ¿Qué hizo Jess Franco? Financiarse el siguiente filme, con el mismo equipo, comprar su libertad. A sus cachorros también les enseñó que no había ni alta cultura ni baja cultura, que se podía ser fan de Robbe-Grillet y también rodar filmes como Aberraciones sexuales de una rubia caliente o Falo Crest; o meter en un softie como El sexo está loco escenas en las que el director aparece reflejado en el espejo, como un trasunto velazquiano en Las Meninas. Y, sobre todo, les inculcó una máxima: «Yo lo que hago, y lo que haga, lo hago por mi cuenta y riesgo. Al que le guste bien y al que no, que se joda», sentenció el cineasta a la revista Vice.

El tío Jess murió ayer con cerca de veinticinco proyectos que se negaba a que quedaran frustrados. «Uno de mis proyectos más queridos es hacer una nueva versión de Medea, de Séneca, el primer autor español erótico. No quiero morirme sin hacer esa película», comentó hace unos años a Jesús Zotano en una entrevista con este periódico. Pero su cuerpo dijo ayer basta. The end. No más vampiras lesbianas, no más asesinos psicotrónicos, no más bizarradas... Adiós a un hombre que hizo películas, mejores o peores, pero películas que sólo él pudo haber hecho. Y eso es lo mejor que puede decirse de un autor.

@victoragom