El estado de bienestar se merecía un final de cine. Es justo. La inmolación de sus cimientos se merecía una inversión millonaria en efectos especiales, un guion, y unos personajes a la altura. Y por fin llegó, con Ridley Scott como anfitrión; el director británico no sabe que con su búsqueda de esclavos para su película de tintes bíblicos por estos lares está poniendo un broche de superproducción a una historia amateur, a un drama sin resurrección a la vista.

Kilométricas colas de personas -andaluces principalmente- rogando la última voluntad: ser esclavo (qué otra si no). «Y es que no hay que tomarse en serio» apuesto a que se escucharía una y otra vez en esa larga cadena humana que podría también haber sido utilizada para una reconstrucción de un campo de concentración, Almería podría haber pasado perfectamente por Auschwitz si no fuese por la calima. «Porque yo lo que realmente soy es guionista (sustitúyase por aspirante a: videoartista, bloguero, publicista,...artistas en general)». Y Scott pone la guinda -redobles, por favor- se titula Exodus. Y llevamos tres horas de cola: «Yo es que he estado dos años en Londres (sustitúyase por Berlín o Barcelona) pero no encontré mi sitio, allí al final no consigues curro si no tienes contactos, mi lenguaje no se entiende porque todo empieza a estar muy estandarizado, aunque volveré como freelance»... ¡Silencio! Viene la directora de casting con un megáfono pidiendo sólo gente delgada. No hay más diálogo, los cuarenta grados y la falta de oxígeno que produce la contracción abdominal impiden la charla. Bien. Se aleja. Respiremos. «Bueno, aquí en el mejor de los casos se gana un máximo de ochenta euros haciendo de esclavo de sol a sol, no importa, es buena oportunidad para meter cabeza». Y añade otro: «Eso es bueno para el curriculum». Vaya, vuelve la directora de casting: «¡No quiero gordos, mierda!». Entre el colapso respiratorio emerge un hilillo de voz: «Joder, si llevo tres días sin cenar para venir aquí, por qué carajo me mira a mí la yanqui de los cojones». Después de siete horas al sol, algunos esclavos pasan el primer filtro. Quedan dos pruebas más. Ya estamos cerca, la justicia divina por fin viene a nosotros.

Volvemos a ser el país de los oprimidos, si es que alguna vez dejamos de serlo. Y el golpe de estado vuelve a comenzar por el sur. Se acabó la gran borrachera. «El 90 por ciento del éxito se basa simplemente en insistir». Ja, bendito Woody Allen y sus sentencias firmes. Qué es el éxito. ¿Es lo mismo para Paris Hilton que para Allen? ¿Puede un idiota sobreponerse de un triunfo? Oscar Wilde ya dio la respuesta. Los aplausos pueden lastimar mucho. Las esperanza necesita orfandad. Esta borrachera sólo estaba compuesta de resaca con hielo para mantenernos fríos. Insistir valdría a equivocarse, reconocerlo una vez es de sabios; hacerlo todos los días es de necios, dijo alguien por ahí. Prefiero el modus operandi de Agustín Fernández Mallo: «Mi método de trabajo es sencillo: me quedo mirando un objeto y espero a que me afecte». Nuestra realidad es un cuarto oscuro lleno de cortinas de humo donde insistimos en las vistas y el bronceado. La dignidad y el enigma no han tenido hueco en nuestra expectativas y tampoco hemos aprendido a fallar mejor. Y es que ya se sabe, ya lo dicen los tontos topic: no hay que tomarse muy en serio. Se nos ha impuesto una existencia baladí que nos exime de toda responsabilidad y convierte en orgullo lo que cuanto menos no debería celebrarse, lo que debería de acomplejar en muchos casos.

Somos un país esclavo y absurdo, un país reconstruido a base de puestos de comprooro, cigarrillos electrónicos y cupcakes. Un país reprimido y amnésico, que despreció aquellos últimos esfuerzos de dignidad democrática que rogaba la memoria histórica, por ejemplo. Gracias a nuestro empeño en su fracaso, hoy Urdangarin I de España tendría que producir la película de Ridley Scott, o ayudar en la dirección; quién mejor para manejar a esos esclavos, quién puede orientarnos mejor para meter cabeza.

Cómo es posible que los andaluces no hayamos asimilado nada de nuestra historia, ahogada entre los resorts y el flamenquito fusión. Hace pocos días falleció el gran Oriol Maspons, quien, a través de su lente, dignificó el vitalismo y la lucha de aquellas personas que emigraron a Cataluña. Maspons era uno de esos artistas que se tomaba la vida como un juego y su trabajo como una religión radical, no puedo añadir nada más a lo que ya han apuntando personas cercanas al fotógrafo como Rosa Regàs. La gauche divine representaba el equilibrio que hoy parece imposible. Intelectuales de la burguesía -catalana en este caso- con un compromiso social y estético. El enigma. Ésta es la clave: eso que no puede vivir en el mundo de las normas si no es para desvirtuarlo. El enigma es el único artefacto que nos permite el reciclaje, estar por encima de lo real es la única forma de evitar la trascendente banalidad. Maspons sabía que lo poético no puede decirse; se muestra, se exhibe, se manipula, pero no puede decirse. Reside en la privadísima comunidad del ejercicio individual. Ellos, que hicieron carrera desde la anarquía vital y del derroche civil, sufrieron la bendición del enigma, con Jaime Gil de Biedma como fiel reflejo. Según María Zambrano, «el enigma sólo es propio de lo que que siendo o pretendiendo ser uno, está aprisionado en la multiplicidad, y sujeto a padecer sus propios estados». Porque la vida sufre desde el enigma, igual que lo hace la palabra, al final todos estamos en un cuerpo que no nos corresponde pero al que le debemos respeto y festejo: dignidad desde la transformación, desde la mutilación, desde el inmovilismo espacial. Dignidad dura -que no pura-, menos conceptual, más instalativa. Y entonces vuelta a empezar. El bueno de Cernuda advertía en esta dirección: «Lo que los demás censuren en ti, cultívalo, porque eso eres tú mismo». Sería bueno volver a hacer en Andalucía una retrospectiva de la obra de Maspons (llegamos tarde, una vez más) porque en esas instantáneas reside nuestra verdadera realidad, y nuestro más elemental desarrollo.

El atasco ha terminado; rompan filas, y lo que haga falta.

@SimonPartal