"Yo voy a la caza de almas, no de masas", confesaría Antoni Tàpies, entrado ya en la recta final de su vida, dejando abierta una rendija de aparente modestia desde la que se atisbaba el deseo de que su obra pudiera ser comprendida y útil para la gente.

Un año después de su muerte (sucedida en febrero del 2012), es celebrado como un creador único y genial, imprescindible, a través de varias exposiciones que recogen las múltiples miradas de quien ha sido considerado el más sobresaliente del arte español del siglo XX, pero aún insuficientemente conocido para el gran público.

El Guggenheim Bilbao revisa al Tàpies escultor y creador de objetos en la retrospectiva que inaugura esta próxima semana. Un centenar de obras, desde sus primeros ensamblajes hasta bronces más recientes y sus recurrentes objetos cotidianos.

En Venecia, el Tàpies más íntimo, las obras de arte que coleccionó, aquellas con las que convivió en su casa (de Miró, Picasso, Pollock, Kounellis, esculturas orientales y tribales?), dialogan en las hermosas paredes del Palazzo Fortuny con otras de su autoría en Lo sguardo dell´artista (la mirada del artista).

La muestra, abierta hasta el 24 de noviembre, ha contado con la complicidad, como comisario, de su hijo Toni Tàpies y se ha convertido en una de las más admiradas y aplaudidas del off Bienal.

Ya en su ciudad, Barcelona, el Museu Nacional d´Art de Catalunya y la fundación que lleva su nombre han sumado fuerzas para una gran retrospectiva que, hasta el 3 de noviembre, reúne 140 obras seleccionadas por Vicent Todolí entre las que en vida quiso guardar para sí (desde sus primeros trabajos hasta su última obra, ya casi ciego, mostrándose a sí mismo impotente y enrabiado frente a su destino, en una fiesta de sexo y muerte junto a su mujer, Teresa).