Cuando esperamos con enorme interés la apertura del Museo de Bellas Artes, estrella de la oferta cultural de Málaga, se nos anuncia la extensión del Centro Pompidou para llenar de contenido un espacio emblemático, el cubo de cristal del Puerto, como se hiciera hace unos años con el Museo de las Gemas en La Tabacalera.

Quien esto escribe celebra tan mediática noticia. Pero, desde mi experiencia personal en diferentes consejos asesores de proyectos fallidos, vuelven a asaltar dudas y recelos sobre la rentabilidad del negocio de la cultura en esta ciudad cosmopolita, morosa en la ejecución de proyectos y -no lo olvidemos- perteneciente al único país de la eurozona en el que el consumo de cultura y la compra de un artículo de lujo tienen el mismo IVA, un 21%, mientras que el fútbol se grava con el 10%, menos de la mitad. Desde el 0% Noruega al 13% Portugal todos los países europeos oscilan en porcentajes de IVA muy inferiores a España consiguiendo que la destrucción de empleo en este sector sea mucho más suave.

Más allá de la autocomplacencia de la fiesta Pompidourina, revulsivo en la imagen de la ciudad cultural que hemos decidido crear, apostar por el arte de vanguardia no debe obviar otras culturas expositivas que son parte de nuestra historia y nuestro patrimonio. Hay proyectos dormidos en esta ciudad que también nos interesan a los malagueños. El patrimonio industrial de la segunda ciudad industrial de España en el siglo XIX, el museo de la historia de la escuela propuesto por el Ateneo en su último monográfico dedicado a la Educación, el museo de la abstracción y figuración del siglo XX en Málaga con artistas relevantes en el ámbito internacional como Enrique Brikman, Jorge Lindell, Dámaso Ruano, José Hernández, Juan José Ponce… entre otros interesantes artistas plásticos malagueños como colección permanente, abriendo las temporales a los nuevos creadores del siglo XXI de la ciudad, cuna de Picasso, descrita por Ortega y Gasset como el «imperio de la luz».

Aula Picasso. Pero el reclamo turístico innovador que completaría el triángulo de la ruta picassiana de Málaga -Museo, Casa Natal y Aula- sería la apertura al público del Aula Picasso, ubicada en la segunda planta del antiguo noviciado de los jesuitas, calle Compañía 2, sede actual del Ateneo de Málaga, cuya presidencia durante los últimos cuatro años me ha permitido comprobar el gran interés que despierta este espacio, sobre todo, en turistas extranjeros, que piden experimentar la sensación de estar por unos minutos en el lugar «donde empezó todo», expresión de Christine Picasso cuando visitó por primera vez el Aula de su suegro.

El Aula Picasso es un sugerente espacio que conserva parte del mobiliario de la Escuela de Arte de San Telmo en la que impartieron clase significados profesores como Bernardo Ferrándiz, Moreno Carboneros, Muñoz Degrain o José Ruiz Blasco, padre de Picasso. Y sobre el aula, el palomar, otro significado espacio que guarda estrecha relación con las temáticas preferidas de José Ruiz Blasco -las palomas y los toros- que también influyeron en su hijo. En ese ambiente y en contacto permanente con las corrientes artísticas de la época, creció el genio aprendiendo a dibujar del natural y haciendo sus primeras creaciones, como el inocente dibujo de palomas sobre una corrida de toros realizado con nueve años.

Pero mientras aparece el mecenas que ponga en valor el Aula Picasso del Ateneo de Málaga, más allá de la cultura museística hay otras formas de expresión artística que contribuirían a convertir a Málaga en el verdadero referente del turismo cultural en España. La afición a la música clásica y a la ópera, la música coral, bandas de Semana Santa, orquestas filarmónica, sinfónica, de cámara… son un potencial enorme para acercar a la ciudadanía el gozo contemplativo y auditivo de la música si se implantara en los distritos una red de auditorios compaginados con las artes escénicas, otra de las grandes aficiones de Málaga, con más de cien compañías y una Escuela Superior de Arte Dramático de altísima calidad.

Empleo cultural. No obstante, bienvenida la extensión del Centro Pompidou que, sin duda, nos traerá más cultura, más empleo, más dinamización empresarial en la zona. Pero, al mismo tiempo que brindamos por ello, se nos debería informar del estudio de previsión de déficit o beneficio que supone para el presupuesto municipal esta nueva inversión con un coste de un millón de euros anuales. Así, el brindis tendría más sentido y lo haríamos con la esperanza de caminar hacia parámetros de ciudades europeas como Edimburgo o Copenhague, similares a Málaga en número de habitantes. El ejemplo de la capital de Dinamarca con 80.000 empleos directos en artes creativas (editoriales, imprentas, teatros, conciertos, diseños interiores, moda…), es un referente para Málaga con 9.220 empleos en 2009, según el estudio presentado por la CEM y la Consejería de Cultura de la Junta de Andalucía. Acercarnos a esas cifras de empleo cultural es, por ahora, solo una ilusión, casi una utopía, mientras nuestro sistema de impuestos siga agrediendo de forma tan brutal a la cultura, esa incómoda inquietud que tanto nos preocupa y que podría convertir a Málaga en el destino turístico cultural que proyectábamos cuando quisimos ser Capital Europea de la Cultura.

* Diego Rodríguez es presidente del Ateneo de Málaga