Alejandro Simón Partal (Estepona, 1983) es una de las voces más pujantes de la lírica española. Hoy, a partir de las 18.00 horas en la Feria del Libro, presenta, acompañado por el profesor y autor Francisco Ruiz Noguera, Los himnos abdominales, el poemario que sigue al celebrado Nódulo noir y que ha sido elaborado con una clara intención: celebrar eso que llamamos vida.

Describe Los himnos abdominales a partir de palabras como luz. ¿Se acabó su etapa noir entonces, aquella en la que sus versos basculaban entre la enfermedad y la belleza?

Los mimbres siguen siendo los mismos, pero en este libro hay una intención de luminosidad, una apuesta radical por el festejo existencial, con todo lo que eso conlleva.

Las palabras son, como siempre, su arcilla, pero parece que aquí el proceso de moldearlas ha sido aún más consciente, casi un fin en sí mismo. ¿Cuanto más investiga y ahonda en el lenguaje menos sabe de él? Quizás eso sea precisamente lo mejor de jugar con las palabras: que jamás deja de ser un juego…

Octavio Paz dijo antes que la creación poética se inicia como violencia sobre el lenguaje, y podría añadir aquí que se inicia como violencia sobre lo demás. El lenguaje tiene que arrastrar al poeta por el suelo del poema; el poeta tiene que dejarse arrastrar, no le queda otra si no quiere hacer carpintería de la carpintería.

Una cosa que me gusta de su poesía es que habla de cosas importantes pero sin imposturas, sin la pose de lo grave. ¿Es algo buscado, premeditado?

El lirismo enfermo de adiposidades es la gran amenaza para el poeta. Las imposturas tienen un perfil demasiado claro. Lo que único que he intentado en este libro es transmitir lo que me conmueve infringiendo los límites de la conmoción.

En Los himnos abdominales la vida y su reivindicación es uno de los ejes. ¿No da más prestigio perorar sobre la muerte y las desgracias?

Creo que por fin el realismo sucio vive horas muy bajas. El abismo y la autocomplacencia han sido la tarjeta oro de muchos creadores. La poesía que va a permanecer por su peso es la que encuentra la salida a todo esto, la cicatriz reconciliada con su víspera que diría Ullán. El poema tiene que ser ofrenda, y las ofrendas pueden ser algo muy particular.

Con Christina Rosenvinge habitualmente participa en sesiones músico-poéticas, que han pasado ya en varias ocasiones por Málaga. ¿Cómo influye la música en su concepción poética? Aunque, como melómano que es usted (y reconocido fanático de David Bowie), siempre lo habrá hecho…

La música en el poema es esencial para que el poema sea poema y no otra cosa. La música influye en mi poesía de manera indirecta, como lo puede hacer el cine o mi sobrina; pero ya no se trata de meter a Bowie como carne de poema, si pudiera borrar eso del primer libro lo haría sin dudar, o si al menos pudiera cambiarlo por El Niño de Elche... Por eso creo que debería estar prohibido publicar antes de los 25 (salvo contadísimas ocasiones).

A la hora de nombrar sus referentes siempre opta por autores de otras generaciones. ¿No se siente parte de la suya?

Las generaciones o los grupos poéticos han desaparecido como tal si es que alguna vez existieron (ni la del 27 tuvo unanimidad). Pero sí que leo y admiro a autores de mi generación; es más, acabo de defender una tesis doctoral sobre la influencia grecolatina en la poesía última española; o, por ejemplo, el próximo día 25 Elena Medel presenta mi libro en Madrid.

Un poeta explora sus sentimientos y emociones, los pasa a papel e, incluso, como en esta ocasión y en todas las entrevistas que le esperan, tiene que hablar de ellos, argumentarlos, a veces casi hasta explicarlos, justificarlos. ¿No se cansa el poeta de ser uno mismo, de no tener tan a mano el recurso de la ficción como el novelista?

En pocos géneros se finge tanto como en la poesía, por lo que no puedo cansarme de ser yo mismo porque a duras penas me reconozco, y cuando eso pasa suelo ponerme estupendo como en algunas entrevistas. La condena de todo eso la tienen los autores de novela histórica, pobrecillos.